En ese contexto de devastación, Japón tuvo que enfrentar un reto titánico: reconstruir su economía, su política y su sociedad, mientras transitaba del militarismo a la democracia.
Antes de la fecha fatídica, Japón se encontraba en una situación precaria debido al largo conflicto bélico. Las grandes ciudades como Tokio estaban arrasadas, las pérdidas humanas se contaban por millones y la industria moribunda. El país estaba casi arruinado al haber perdido más de un cuarto de su riqueza. Sin embargo, de esto nada sabía el japonés de a pie ya que la propaganda oficial seguía alimentando la esperanza de la victoria.
Su manera de pensar se basaba en concebir al Tenno (el emperador) como un dios vivo en la tierra. El respeto era algo incontestable, ni siquiera se planteaba la posibilidad de cuestionar lo que dijera el emperador. En todas las escuelas -de educación segregada y en su mayoría con presencia masculina- estaba el monumento a Hirohito, el emperador, y toda la escuela le presentaba respetos a diario.
Naturalmente, las derrotas sufridas hacían dudar, en privado y en voz baja, de tan optimista pretensión. La población sufría racionamiento y hambre cada vez más severas, mientras que el mercado negro prosperaba sin cesar. Los que aún tenían kimonos o cualquier objeto prescindible, lo cambiaban por comida o jabón, mientras que los avisos de bombardeos aéreos eran algo cotidiano.
Cuando al fin se lanzó la bomba (con la oposición de numerosos científicos, Albert Einstein entre ellos), el emperador se negó a rendirse, pero ante la segunda, ni la opinión pública, ni la cúpula cercana al gobierno, ni el propio emperador aguantaron más. El 10 de agosto de 1945 se firmó la rendición, y el 15 se hizo oficial con la Declaración de Potsdam.
La opinión pública pasó del estupor primero al alivio posterior. A priori, nadie podía creer que Japón hubiese sido derrotado, cuando las noticias decían día a día lo contrario. Poco después, la situación se destensó; los hombres podían vivir sin miedo a ser llamados a filas o ver marchar a sus hijos, ni tampoco sus casas serían derribadas por bombas.
La Declaración de Potsdam: la transformación de Japón
Consistió en un tratado redactado de forma unilateral por los Estados Unidos que contenía las exigencias indispensables para la paz, así como una serie de pasos para formar en Japón un gobierno democrático alejado no sólo del anterior sistema, sino también del comunismo que tenían peligrosamente cerca. A saber:
- Eliminación permanente de la propaganda imperialista y la devoción al emperador.
- Ocupación del país hasta la completa desmantelación del ejército.
- Desarme absoluto a presente y futuro.
- Castigo a los criminales de guerra.
- Reconstrucción económica, creación de un nuevo gobierno, elecciones y prohibición de las ideas bélicas.
Japón había soñado con ser el Imperio del Este, pero su derrota no solo le costó su expansión, sino que Estados Unidos tomó el control de sus antiguos territorios ocupados en Corea, Manchuria y China.
Los soldados nipones volvieron a un país en ruinas en el que,
en muchas ocasiones no tenían ni casa ni familia, y fueron despojados del único
bien que les quedaba: el honor de poder pensar que habían luchado por su país. Las
nuevas ideas antiimperalistas eran contrarias a todo ello. Les fue arrebatado su rango, sus armas reglamentarias y también los grupos paramilitares fueron
destruidos. En los juicios de Tokio, similares a los de Nuremberg, más de 6.000
militares fueron juzgados, entre ellos el general Hideki Tojo, primer ministro de Japón durante la Segunda Guerra Mundial, como causantes y
promotores de la guerra, de los cuales casi un millar fueron ejecutados en la
horca. Incluso se habló de juzgar al emperador, pero este, visto por sus
ciudadanos como una figura de importancia, fue perdonado por el invasor.
En realidad, los estadounidenses encontraron a Hirohito sumamente útil. Pese a que las órdenes de juicio, desarme o desmilitarización procedían directamente de Washington, era más tolerable para la población que las diese el emperador. Convertido así en un hombre de paja como lo sería el Sha de Persia en Irán décadas más tarde, el emperador se limitaba a firmar lo que le ponían delante.
Los norteamericanos pretendían eliminar un enemigo no sólo en la guerra actual, sino también a futuro. Hay que tener en cuenta que los japoneses habían puesto en serias dificultades al enemigo occidental. Todos los ciudadanos, hasta mujeres y niños, estaban instruidos en la lucha con palos de bambú, donde la toma de Iwo Jima demostró que Japón estaba dispuesto a dejarse matar antes que ceder un paso, por lo que era preciso conseguir con ellos una paz permanente.
La supresión del ejército no fue muy bien recibida por los sectores más conservadores. Sin embargo, todos lo acataron sin chistar, animando a ello a los más
jóvenes.
Las fábricas de armamento fueron reconvertidas en plantas de producción de electrodomésticos y utensilios de cocina. Y por primera vez en años, sucedió algo muy hermoso que llenó de esperanza el corazón de los japoneses: las noches dejaron de ser oscuras. En los años de la guerra, el alumbrado público estaba prohibido y poner velas o linternas en las casas era muy peligroso, pues las luces orientaban a los bombarderos.
La reconstrucción y la democratización de Japón
En un principio, los japoneses tuvieron mucho miedo de la ocupación estadounidense. Los norteamericanos, por su parte, también tenían sus temores. Surgieron rumores de que los invasores les harían esclavos, violarían a las mujeres o que se llevarían a los niños. Las tropas encontraron pueblos desiertos, donde todo el mundo se había escondido en refugios antiaéreos.
Por su parte, los soldados estadounidenses
temían encontrar pueblos donde todo el mundo estuviese dispuesto a inmolarse
llevándoselos por delante. Sin embargo,
el General McArthur y el presidente Truman habían dado órdenes muy estrictas: su
labor era de reconstrucción y ayuda, no de conquista. Tarea
que implicó cerca de una década de ocupación americana.
La autosuficiencia nipona obedecía a dos necesidades
norteamericanas: primera, que Japón pudiese bastarse solo y no pidiera, pasados
unos años, compensación económica alguna por las bombas. La segunda, que una
economía fuerte y capitalista evitase caer bajo el influjo de la Rusia
Comunista. De este modo, Norteamérica empezó a introducir cambios:
- La incorporación masiva de la mujer al trabajo. Para levantar un país se necesitan muchos brazos y además había que tener en cuenta al gran número de viudas y huérfanas que precisaban comer. También comenzaron los derechos femeninos, se permitió el voto de la mujer y la edad para ejercerlo bajó de los 25 a los 20 años, igual que los votantes masculinos.
- Reforma agraria antimonopolios y creación de los sindicatos. Las políticas latifundistas de antaño, así como los campos minúsculos que sólo servían a la familia que los explotaba, fueron eliminados en pro de un reparto más lógico, con cooperativas que pudieran dar de comer a la población nipona que llevaba tantos años sometida al racionamiento y al mercado negro. Igualmente, se expropiaron aquellos latifundios cuyos dueños permanecían ausentes de ellos durante todo el año. Aún así, los EE. UU. Estuvieron mandando ayudas en forma de arroz, trigo y leche durante los primeros años de la recuperación, si bien en cantidades drásticamente insuficientes. La malaria y la desnutrición se convirtieron en la primera causa de mortandad en los primeros años de ocupación. Paralelamente, ahora los obreros no estaban sometidos al paternalismo de un patrono al que debían obediencia como al emperador, sino que contaban con un sindicato que velase por sus derechos.
- Liberalización de la educación. Tomando su propio sistema educativo como modelo, los norteamericanos dictaron una educación obligatoria tanto para niños como para niñas hasta los 16 años que luego se complementaba con estudios superiores y universitarios. Ahora chicos y chicas estudiaban juntos, recibían el mismo tipo de educación y el monumento al emperador que antes presidía el patio fue eliminado de todos los colegios. La asignatura de Educación Moral que antes se impartía y cuyos contenidos eran la exaltación del militarismo y la figura del emperador, fue suprimida.
Medida a medida, adoptadas unas más a gusto que otras, Japón
fue entrando en democracia y en agosto de 1947 firmó su primera constitución,
que incluso contó con representación femenina. Se establecieron partidos de ala
conservadora y progresista y se erigió el primer gobierno formado por el
pueblo japonés. Mientras los obreros japoneses asumieron que la mejor manera de
demostrar agradecimiento era trabajando con extrema dureza, las empresas
niponas compraron, con préstamos de EE. UU., tecnología y patentes, a fin de
establecer una industria propia y poderosa con la que poder no sólo tener una
producción propia de automóviles, electrodomésticos o juguetes, sino también
para exportarla al resto del mundo.
En aquella constitución no sólo se habló de derechos, democracia, feminismo, sino también de algo que Norteamérica ansiaba, el artículo 9: la completa renuncia a la posibilidad de tener un ejército ni en aquel momento ni en lugar alguno del futuro. Japón quedó obligada a firmar que jamás tendría ejército propio y que, en caso de conflicto bélico, los EE. UU. serían los encargados de asumir su defensa. ¿Y qué pasa si el comunismo, la llamada Amenaza Roja, pretendía hincar el diente en Japón? Que sucedió. Durante los años de la Guerra Fría, la antigua URSS amenazó con acercarse demasiado al gigante asiático. Si Norteamérica hubiera metido baza hubiera podido producirse una escalada que llegase a la Tercera Guerra Mundial, de modo que, para tener la fiesta en paz, EE.UU. permitió a Japón tener lo que llamaron "fuerzas de autodefensa". "Si quieres la paz, prepara la guerra", que decía Julio César.
El renacer de Japón: tecnología, trabajo y sacrificio
Nos encontramos ya en 1955, se cumple una década del
terrible acontecimiento y la sensación general entre los japoneses es de
alivio. Se siente que lo peor ya ha pasado, que los años más duros de la
recuperación han quedado atrás y que sólo queda mirar hacia delante con
optimismo, rogando porque algo semejante no vuelva a ocurrir jamás. En este
aspecto, Japón se convirtió en un abanderado de la paz, tratando incluso de
conseguir promesas de no agresión entre el bloque comunista y capitalista. Sus
esfuerzos y pruebas de buena voluntad le permitirán regresar a la ONU en 1956.
Norteamérica cumple también sus promesas y abandona el país una vez alcanzada su misión democrática, dejando en el país un gobierno de línea conservadora y al emperador sin ser juzgado por crímenes de guerra, de acuerdo con la decisión de sus habitantes. Ahora el emperador es una figura meramente nominal sin ningún poder.
Da comienzo una era de tecnificación y prosperidad en la que
Japón dotará a su pueblo de todas las comodidades electrónicas que ha visto
usar a los norteamericanos, desde lámparas y tostadoras a aires acondicionados.
Una cosa, sin embargo, no cambiará: la vida privada sigue perdiendo en
importancia frente a la laboral, la empresa siempre tiene prioridad frente a la
familia. Este paradigma, unido al anhelo del crecimiento infinito y la
productividad perpetua, acabará perjudicando a Japón en muchos aspectos que
conocemos hoy: exigencia desmedida, depresión y ansiedad, hikikomori…
No obstante, la población nipona tuvo que recuperarse de un
horror, hasta aquel momento, inimaginable. No es de extrañar que el precio a
pagar fuese alto y que, igual que entonces tuvieron que reconvertirse todos,
puede que ahora tengan que volver a hacerlo.
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