Década de los ochenta. Las editoriales de cómic
norteamericano ven peligrar su trono por vez primera en tres décadas, debido a
la fuerte irrupción de un competidor extranjero. No se trata del cómic
francobelga, sino del japonés: el manga le estaba comiendo la tostada a los
veteranos del cómic. Personajes como Wonder Woman, Superman y Batman no es que
fueran denostados, seguían moviendo fama y dinero… pero menos. Empezaban a
parecer algo más propio de otras generaciones, algo anticuado y poco realista a
la sociedad cada vez más feminista, cínica y menos idealista de los años
ochenta. Era indudable que era preciso hacer cambios, y desde las editoriales
decidieron revisionar los principios de los superhéroes, dándoles un nuevo
pasado, una nueva identidad, una nueva forma de pensar. Sólo uno de ellos
siguió fiel a sus orígenes por completo. Ese uno, ya lo imaginaréis, fue
Batman.
Pese a la idea de conservar el pasado del Caballero Oscuro
tal como fuera concebido por Bob Kane y Bill Finger en 1939, se decidió no
obstante hacer aparecer sus orígenes en forma de álbum, a fin de atraer tanto a
nuevos lectores como a seguidores de la vieja escuela. Se trataba de novelizar
en forma gráfica cómo un millonario huérfano, obsesionado con el asesinato de
sus padres a manos de un criminal decidía enfocar ese trauma en algo positivo,
en limpiar y proteger la ciudad con sus propias manos. ¿Quién llevaría a cabo
la tarea de esa narración? Un joven prometedor que ya había demostrado su valía
y su amor por el personaje: Frank Miller, si bien dejó el dibujo en manos de
David Mazzuchelli. ¿Y cómo lo hicieron? Haciendo recaer buena parte del
protagonismo en otro personaje: el comisario Gordon.
Así, aunque sabemos que estamos leyendo una historia del bueno de Batsy, comenzaremos siguiendo al comisario que llega a la ciudad a la que le han destinado junto a su esposa. La reputación de Gotham la precede y se demuestra de modo tan cruel en las primeras páginas del cómic, que James Gordon casi deseará que su esposa, que espera los resultados de una prueba de embarazo, no esté esperando un bebé. Paralelamente, Bruce Wayne se somete a un duro entrenamiento físico mientras da las pinceladas de su, más que sueño, cruzada personal por limpiar Gotham. Aún sin identidad definida ni plan trazado, sus primeras incursiones en los bajos fondos de la ciudad casi le costarán la vida, algo a lo que estará a punto de renunciar, convencido de que su torpeza le hace incapaz para llevar adelante su plan. Sólo la oportuna intervención de un pequeño mamífero volador le hará no sólo decidirse a continuar, sino adoptar una identidad pensada para sembrar el miedo en el corazón de los criminales de Gotham City.
Atrapado entre policías corruptos, tramas criminales que apuntan a las más elevadas cabezas de Gotham y sus problemas matrimoniales, Gordon tendrá también que perseguir a Batman y decidir si realmente es una amenaza más o alguien en quien poder apoyarse y que persigue lo mismo que él. La tensión alcanzará el clímax cuando sus propios corruptos compañeros lleguen al extremo de intentar secuestrar a su esposa y al bebé de ambos. La intervención de un tercer vértice que se lanzará a rescatar al pequeño James no sólo inclinará la balanza de Gordon, también nos dejará una de las secuencias más vibrantes y emotivas que se hayan visto en un cómic. Una composición de imágenes y diálogo realmente espectacular que es imposible ver sin que se nos escape la emoción de una forma u otra.
Editado por Planeta deAgostini en un lujoso tomo en tapa
dura, en él podremos encontrar no sólo la novela gráfica, también páginas de
bocetos e ideas de los autores (donde podremos enterarnos de que Gregory Peck
fue la inspiración para el rostro de Bruce Wayne), las portadas de las grapas
originales y un largo etcétera de extras, no por prescindibles menos
interesantes. Un imprescindible del cómic tanto para fans acérrimos como para
simples aficionados o curiosos, Batman Año Uno es una obra que merece la pena
leer aunque no seas seguidor de cómics. Una historia realmente buena, bien
llevada y que supo mostrarnos la cara más humana de un policía cansado y de un
héroe obsesivo que supieron sacar fuerzas de su debilidad y, como dijeron en
Casablanca “esto puede ser el principio de una gran amistad”.
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