Una pequeña aldea vive aterrada porque se han convertido poco
menos que en el economato de un grupo de bandoleros. Periódicamente, los
bandidos vienen a la aldea y toman de ella cuantas provisiones quieren, dejando
a sus habitantes al borde de la indigencia pese a haber pasado todo el año
trabajando sin cesar. Hartos de esta situación y sabiendo que no cuentan con
métodos para defenderse, los aldeanos deciden ponerle el cascabel al gato:
envían a varios de ellos a contratar samuráis a sueldo para que los protejan de
los bandidos. Y esta historia se puede ver en japonés o en inglés, donde se
tituló Los siete magníficos y se quedaron tan anchos.
La historia del cine tiene a veces historias curiosas, y una
de ellas versa sobre las adaptaciones que, de otras películas, se produjeron en
ocasiones. Allá por la década de los treinta, cuando el cine sonoro hizo saber
que no era ninguna moda pasajera, sino algo que había llegado para quedarse,
las productoras se vieron en un aprieto para vender sus películas en el
extranjero, algo que hasta entonces no había dado ninguna dificultad; bastaba
con traducir los carteles explicativos que, ocasionalmente, aparecían en escena.
Ahora aquello no era suficiente, porque toda la película era hablada como una
obra de teatro. Y los espectadores de habla hispana, francesa, alemana… no
sabían inglés con bastante fluidez como para entender las películas, el subtitulado
entonces no era una técnica depurada y se consideraba que restaba inmersión a
las películas (cierto). ¿Cuál fue la solución que se adoptó? Rodar las
películas para los mercados mayoritarios, el inglés y el hispano. Así, por
ejemplo, Drácula de Tod Browning con el inmortal Bela Lugosi en el papel del
vampiro fue rodada simultáneamente en inglés y en español, con Carlos Villarías
haciendo el mismo papel.
¿Cuál fue el problema? Que el público no quería ver a Carlos
Villarías haciendo de Bela Lugosi, querían ver a Bela Lugosi haciendo de
Drácula. Motivo por el que la técnica del rodaje simultáneo se abandonó después
de unos pocos intentos para dar lugar a una solución mucho más práctica: el doblaje.
Sin embargo, el doblaje se aceptaba sólo para las películas que Hollywood
exportaba. Convencidos los magnates del cine -porque otra cosa no será, pero ego,
pídeles todo el que quieras, que siempre les va a sobrar- que sólo ellos hacían
películas dignas de mención y actores importantes, nunca se les ocurrió doblar
películas, ni aún a día de hoy lo hacen. Cuando alguien tiene curiosidad por ver
una cinta de fuera de los territorios anglosajones, ha de verla forzosamente
subtitulada. Y si algún argumento llama poderosamente la atención de las productoras,
lo que hacen es comprar los derechos y acudir a la primera solución: rodarla de
nuevo con sus propios actores. Así lo hicieron con Tres solteros y un biberón,
Un indio en París, y también con la historia que hoy nos ocupa, que convirtieron
en una historia del Oeste protagonizada por Yul Brinner y Eli Wallach entre
otros. No obstante, de la cinta norteamericana ya hablaremos otro día. Hoy nos
ocupamos de la primera historia, Los siete samuráis, rodada -un poco a trancas
y barrancas- en 1953.
La historia, que ha quedado para la ídem y es considerada
como una de las cintas más influyentes del Cine, no fue grano de anís para
rodarla. Era la primera cinta de samuráis que rodaba Kurosawa y en un principio
iba a ser simplemente “un día en la vida de un samurái” pero, investigando,
encontró una anécdota en la que un grupo guerreros defendían una aldea más por
ética y honor que por el pago que los campesinos les podían dar, que se
limitada a comida y alojamiento. Le gustó tanto que decidió adaptarla. Y como
todos los grandes directores tienen un actor fetiche, Kurosawa no iba a ser
menos y contó con el extraordinario Toshiro Mifune para capitanear el grupo de
seis samuráis.
Sí, he dicho seis. En un principio, este iba a ser el número,
y todos iban a ser muy serios, honorables y firmes. No llevaban mucho de rodaje
cuando el propio Kurosawa se dio cuenta de que una historia en la que todos los
guerreros fueran rectos y perfectos iba a ser más aburrida que una carrera de
caracoles, de modo que habló con Mifune y le ofreció el papel de Kikuchiyo, el
samurái rebelde, y le dio absoluta libertad creativa para que lo interpretase a
su placer. Mifune, una bestia escénica, aprovechó la ocasión para crear un
personaje único, lleno por igual de agresividad y brutalidad que de ternura y
simpatía.
Encauzado el guión, otro problema fue lo dilatado del
rodaje. En un principio este iba a durar menos de ocho semanas, sin embargo,
debido a las exigencias del propio director, el rodaje se extendió durante casi
el doble, amén de que el presupuesto se disparó hasta el medio millón de dólares
(una cifra astronómica para la época y el país).
¿Cuál fue la principal exigencia de Kurosawa? Recrear el
pueblo en vivo, igual que todos los escenarios. Le ofrecieron rodar en pueblos
abandonados, en localizaciones adecuadas, pero Kurosawa se negó. En sus
palabras “la autenticidad de un set de rodaje influye en la autenticidad de los
actores”, de modo que exigió crear cada escenario al detalle, el pueblo amenazado,
la pequeña ciudad a la que van a contratar samuráis, etc. Ya supondréis que
aquello no fue especialmente barato y además se estropeó muchísimo con la lluvia
que no cesaba de caer. Por dos veces la producción fue cancelada y por dos
veces Kurosawa no se molestó en aparecer para negociar con la productora, sino
que se tomó aquellos parones como una época de asueto personal y se marchó de
pesca. Razonó -acertadamente- que los Estudios Toho ya habían gastado una
locura de dinero en la película; no lo iban a tirar todo por la borda.
Después de un rodaje caro y difícil, con una batalla final
épica bajo la lluvia que debió filmarse en junio y se hizo en febrero (Mifune
declaró que en su vida había pasado tanto frío), la cinta se estrenó en 1954 y
enseguida se convirtió en un éxito de público y crítica, conquistó el León de Oro
de Venecia y obtuvo dos nominaciones a los Oscar (la primera cinta nipona en
llegar hasta allí fue Rashomon, del mismo director y actor principal, dos años
antes, que sí se hizo con el galardón). Hoy día, Los siete samuráis es una
cinta que puso uno de los principales ladrillos en lo que se refiere a
argumentos, un clásico imprescindible que es preciso ver al menos una vez. Son más de tres horas de duración, en blanco y negro y no ha sido doblada al castellano,
pero realmente no se hace larga y merece la pena. Cinefiliabilidad 8
FICHA TÉCNICA
LOS SIETE SAMURÁIS
DIRECTOR: AKIRA KUROSAWA
NACIONALIDAD: JAPONESA
DURACIÓN: 207 MINUTOS
BLANCO Y NEGRO
DISPONIBLE EN FILMIN
2 Comentarios
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