«Nos hacemos geishas porque no tenemos otra opción» Mameha, Memorias de una geisha.

En el Japón de posguerra, una joven huérfana de madre, llamada Eiko, acude a la mejor amiga de aquella, geisha de profesión como lo fue su progenitora, a fin de que la instruya para serlo ella también. La joven, abandonada por su padre, ha sido criada por su tío, quien pretende obligarla a prostituirse para que colabore con los gastos del hogar. Su ahora mentora, Miyoharu (Michiyo Kogure), la toma bajo su ala para convertirla en geiko. Sin embargo, los enormes gastos del debut de Eiko, asumidos por un cliente, harán que este ansíe la devolución del favor de la forma que todos imaginamos.

Mucho se ha hablado de la prostitución o no de las geishas en Japón. Lo cierto es que, en principio, las geishas son artistas dedicadas a la animación mediante el arte, ya sea cantando, tocando el shamisen o bailando, presidiendo la ceremonia del té, los arreglos florales… el mundo de las geiko y las maiko busca ser artístico y no carnal, dirigido únicamente por mujeres. Lo que sucede es que esto no siempre resulta posible.


El debut de una geiko (aprendiza de geisha) supone una cantidad de dinero elevadísima, en la cinta nos hablan de 300.000 yenes del año 1953 (para que os hagáis una idea: en España, una casa no costaba tanto) no sólo para su aprendizaje, también para su ropa, adornos, peluquería y un largo etcétera. Cuando esa cantidad salía de la okiya (la casa de geishas donde vivía la aprendiza), la deuda era interna y se pagaba con el trabajo que hacía la geiko acudiendo a fiestas, eventos, recitales, etc. Cuando la okiya no disponía de fondos o un cliente decidía «apadrinar» a la geiko, la deuda era externa y no solía satisfacerse en dinero o no sólo con dinero. Por norma general, el cliente exigía un pago físico, bien convirtiéndose en el amante fijo de la geisha o quizá -por qué no- casándose con ella o destinándola como esposa para un hijo o un socio.  Matrimonio en el que la opinión de la geiko importaba tirando a poco, por no decir nada.

En la cinta que nos ocupa, sucede exactamente así. Claro está, eso Eiko no lo sabe y, cuando le explican en clase de ikebana acerca de los Derechos Humanos y la libertad sexual ella llega a la acertada conclusión de que si un cliente pretende propasarse con ella, no tiene por qué aguantárselo. Cuando tal cosa en efecto suceda, la joven se defenderá violentamente (en una escena tan delicada como inequívoca en su resolución, en la que vemos que esa defensa no le ha proporcionado paz alguna; Eiko se queda en shock no sólo por el ataque, sino también ante su propia reacción. Una secuencia de sobresaliente).

Kenji Mizoguchi, director de Los músicos de Gion, ha sido apodado como “el director del mundo femenino japonés”. Siendo muy pequeño tuvo que ver a su padre maltratar a su madre, beberse todo el sueldo que ganaba y vender a su hermana mayor como geisha, quien finalmente acabó como esposa del hombre que apadrinó su debut (tuvo mejor suerte que la mujer del propio Mizoguchi; en contraposición al cine que rodaba, en su vida privada acudía con frecuencia a prostitutas, contagió de sífilis a su mujer y él mismo sufrió gran número de enfermedades hasta que la leucemia le mató). Profundamente conmovido por esos acontecimientos, dedicó su carrera cinematográfica a tratar la problemática de la mujer en una sociedad tan machista como la nipona, en especial el mundo de la prostitución, el abuso y la sociedad de las geishas que se ven abocadas a pagar una deuda con algo más que dinero después de haber sido vendidas por sus padres y explotadas por las casas de té.

A pesar de la dureza del film, Mizoguchi nos ofrece una cinta llena de belleza y sororidad. Miyoharu, su mentora, ofrece a la adolescente el amor de una madre, la guía de una hermana mayor y la complicidad de una amiga que jamás ha conocido, convirtiéndose ambas en una diminuta sociedad frente a los demás. Cuando Mizoguchi acceda a un trato carnal con un hombre que no le gusta en absoluto para comprar así el perdón para su protegida, esta se sentirá enfurecida y aún avergonzada porque ella haya tenido que rebajarse, pero de esa explosión llegará su comprensión y un fortalecimiento de la amistad entre las dos mujeres. Mientras ellas se apoyan, crecen, luchan y son mostradas como personajes dignos, fuertes y emprendedores, los hombres nos son presentados como alfeñiques llenos de ruindad, que no dudan en exigir aquello a lo que creen tener derecho -ya sea dinero o sexo- sin preocuparse en ningún momento de los sentimientos de sus compañeras, ni siquiera de si realmente han hecho algo que los haga acreedores a la menor gratitud. Al ser testigo de ello, Eiko crece muchísimo a lo largo de la narración, se da cuenta de que el mundo en el que ha elegido vivir es muy bello y artístico por fuera, pero tiene también su cara odiosa y mezquina, de la que no puede prescindir.

No puedo dejar pasar mi deleite ante la actuación de Michiyo Kogure, a quien ya había visto en El sabor del té verde con arroz y cuya actuación allí, en extremo hierática y formal me dejó bastante indiferente. En Los músicos de Gion, en cambio, su personaje es una maravilla de emociones, orgullo, amor, dignidad, conveniencia, cariño… está inmensa.

Los músicos de Gion es una película dura, prácticamente sin alivios cómicos y que está destinada a abofetear a todo aquél que vaya pensando que la prostitución de lujo es un mundo glamouroso, que quienes se meten en él lo hacen porque quieren y aún disfrutan con ello. Cinefiliabilidad 8, lo que significa que es dura, en blanco y negro y sólo se puede ver con subtítulos, pero merece muchísimo la pena.

 

FICHA TÉCNICA.

LOS MÚSICOS DE GION

DISPONIBLE EN FILMIN

NACIONALIDAD: JAPONESA

DIRECTOR: KENJI MIZOGUCHI

DURACIÓN: 85 MINUTOS

BLANCO Y NEGRO