El viaje del héroe. Se llama asà al tópico narrativo mediante el cual un personaje emprende un viaje (fÃsico o espiritual), para encontrar un objeto mágico, un arma especial, su propio destino o su mejoramiento personal a fin de poder salvar a los suyos o a sà mismo. Esta estructura ha sido utilizada en un sinnúmero de ocasiones y la que nos ocupa es una de ellas. Freddy (Jakie Chan) tendrá que vencerse a sà mismo para conseguir vencer a su enemigo, y lo hará de una forma muy original: bebiendo.
Freddy es hijo de un importante maestro kung-fu de la zona.
Como alumno aventajado peca de una excesiva autoestima, cree que ya lo sabe todo
sobre su arte, que nadie es mejor que él, de modo que no respeta a sus maestros
y prefiere pasar el rato riéndose con sus amigos, molestando a las chicas y
descuidando su disciplina. Eso no significa que sea deshonesto ni mucho menos
que tenga mal corazón, todo lo contrario, pero se ha vuelto comodón y va camino
de convertirse en un vago.
Su padre, indignado por su holgazanerÃa y los malos informes que le traen de él, decide meterlo en vereda poniéndole bajo la enseñanza de So-Hai, el más feroz maestro de kung-fu, de quien se dice que todos sus alumnos acaban lisiados por los brutales entrenamientos. Acobardado por ello, Freddy intenta huir, pero sus intentos de fuga sólo sirven para ponerle en manos de un asesino a sueldo que no sólo le vencerá, sino que le humillará cruelmente e insultará a su padre. Quemado por la vergüenza, el protagonista decide al fin agachar la cabeza y aprender con ahÃnco, al ser consciente no sólo de cuánto le queda por mejorar, sino del modo en que él mismo habla mal de su padre, maestro de kung-fu, al no ser un luchador excelente.
Durante la década de los setenta comenzaron a llegar a Occidente las llamadas «comedias de artes marciales». Si Bruce Lee habÃa popularizado ese estilo de lucha, Jakie Chan consiguió que lo viésemos en un contexto hilarante. Es cierto que ya tenÃamos costumbre de ver un humor parecido en las pelÃculas cómicas de western almerieño en las que abundaban las peleas o aquellas tan entrañables de Bud Spencer y Terence Hill, pero aquà subÃamos un escalón más: el protagonista no se limitaba a dar puñetazos, también esquivaba, daba cabezazos, patadas, volteretas y saltaba por los aires con una agilidad casi desconocida hasta entonces.
El director de la cinta, Yuen Woo-Ping, ya venÃa de éxitos anteriores
junto a Chan y con Druken Master consiguieron una taquilla que duplicó
ampliamente la obtenida con su inmediata predecesora, La serpiente a la sombra
del águila (de la rimbombancia de los tÃtulos para las pelÃculas asiáticas ya
hablaremos mañana). Su secreto estribaba en conocer a su público tan bien como aquÃ
Mariano Ozores conocÃa al suyo que, en el caso del cineasta chino, eran familias, niños de corta edad y adolescentes
sin pretensiones que sólo buscaban echarse unas risas con los amigos poniéndose
moraos de palomitas. La cinta tiene un argumento más que ligero para cubrir la
escasa hora y media de duración y se apoya más a menudo en las peleas (una cada
pocos minutos; la mayor parte de secundarios da y recibe más golpes que las
palabras que dice) que en el guión. Abundan los chistes escatológicos de pedos,
cacas, pies malolientes y hasta los actores impostaban su voz para caricaturizar
a sus personajes y reforzar la comicidad.
Drunken Master tuvo una «secuela» no oficial en el año 1994, cuando Jakie Chan ya era una estrella conocida por todos y no simplemente «ese que salÃa en Los Supercamorristas» o «Bruce Lee no, el otro». Una pelÃcula también divertida y llena de gansadas como la que nos ocupa, con un argumento igualmente flojo, pero entretenido. Drunken Master quizá no os haga reÃr a carcajadas, pero sà os sacará muchas sonrisas. Cinefiliabilidad 6, lo que significa que se puede hacer larga si te aburren las peleas o el humor simplón, pero en conjunto es fácil de ver.
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