Iglesia en Japón

La persecución por motivos religiosos no ha dejado de estar presente en ninguna época de la historia. El encarcelamiento y muerte por adorar a un determinado dios, de hecho, ha marcado épocas y acontecimientos históricos desde las primeras conquistas hasta hace -desgraciadamente y para vergüenza de todos- muy poco tiempo. Sin embargo, hoy no nos ocuparemos de esos hechos tan conocidos protagonizados por judíos o chiitas, sino de la sufrida por una comunidad menos conocida: los cristianos de Japón o kakure kirishitan, literalmente «cristianos ocultos».

El tratado de Tordesillas

Nos encontramos en las islas Gotō, una cadena formada por unas ciento cuarenta islas en el extremo occidental de Kyushu y corre el año 1547. España y Portugal se han repartido el mundo a su antojo en el Tratado de Tordesillas y la parte nipona corresponde a Portugal. Ansiosos de establecer comercio en aquellas exóticas tierras, Portugal envía barcos en los que no solo navegan hombres de negocios, sino también de religión. Concretamente, el jesuita Francisco Javier, que desea propagar la palabra de Dios entre aquellos a quienes considera herejes, sin embargo, se encontrará con personas muy diferentes a lo que él esperaba.

El jesuita, influido por sus propias vivencias en la India, no esperaba que los japoneses le salieran contestones, pero lo cierto es que no aceptaron la religión cristiana sin reticencias. Al contrario, pusieron muchas pegas a un dios supuestamente bueno que había creado el mal y el pecado y bajo cuyo juicio nos esperaba el infierno si no vivíamos de acuerdo con sus reglas o incluso si no le conocíamos, fuésemos justos o no. Por no hablar que la barrera del idioma puso muchas dificultades a su misión. Francisco Javier no cejó en su empeño; con ayuda de intérpretes y a través de imágenes, logró llevar sus ideas a algunos señores feudales. Cuando estos se convirtieron, sus vasallos, por obediencia, les siguieron inmediatamente, lo que hizo que el número de cristianos aumentase con mucha rapidez. Claro está, aquello enseguida comenzó a traer conflictos.

Religiones de paz que acaban trayendo guerra.

martires japoneses


En un principio, los daimyō y aún el propio emperador tomaron el cristianismo por una simple secta alternativa al budismo que, junto con el sintoísmo, era la religión oficial de Japón, pero apenas comenzó a expandirse, se dieron cuenta de que se trataba de un culto muy diferente. Los sacerdotes budistas temieron por su oficio y su cultura, amén de que Francisco Javier, como prácticamente cualquier hombre de religión, era poco flexible. Costumbres que en Japón eran habituales, como la homosexualidad, fueron ferozmente denostadas por el jesuita, mientras que otras que eran impensables, como el alimentarse con carne de caballo o de buey, eran apoyadas por él. Aparte de eso, estaba el hecho de que la conversión al cristianismo facilitaba notablemente el comercio con Portugal, lo que servía a los daimyō para proveerse de salitre para crear pólvora y disponer de un armamento más poderoso que el de sus vecinos o el del propio emperador. Y todo eso con los monjes budistas protestando contra la religión extranjera de forma más vehemente cada vez y cada rama religiosa convencida de tener razón sobre la otra. Era solo cuestión de tiempo que estallase una guerra civil por culpa de la nueva religión, visto lo cual, el regente imperial Toyotomi Hideyoshi decidió tirar por la calle de en medio y prohibió la propagación del cristianismo y la labor evangelizadora de los jesuitas en 1587. Más tarde, Tokugawa, ya en el periodo Edo, en 1620, prohibió directamente el cristianismo. Dicha prohibición marcó el inicio de la persecución y martirio de muchos cristianos japoneses. Familias enteras, junto con los misioneros que eran capturados y aún los niños pequeños eran condenados a muerte por crucifixión. Otros muchos eran despojados de todas sus tierras, bienes y se prohibía que nadie les diese trabajo alguno, lo que les abocaba a morir en la pobreza. Según el ideal cristiano, el martirio, la persecución… tienen mucho peso como sacrificio, de modo aquellos infelices rara vez protestaban, aunque sí hicieran todo lo posible por permanecer ocultos. Aquellos cuya pena de muerte fue registrada, fueron canonizados (hechos santos) unos dos siglos más tarde, en 1867, por el Papa Pío IX.

Aquellos cristianos, en cambio, que lograron esquivar la justicia, siguieron practicando en secreto su fe, construyendo iglesias en las que se mezclaba la arquitectura cristiana europea con la nipona, aprovechando la accidentada orografía de las islas Gotō para mantener escondidos sus lugares de culto y escapar o esconderse con facilidad ante cualquiera que intentase prenderlos. Muchas de estas iglesias, bellísimas en su mezcla de estilos, se conservan todavía hoy y son actualmente Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

¿Y después?

María Kannon


Hoy en día, la religión cristiana es minoritaria en Japón. Existe, se conoce, pero las religiones oficiales son el budismo y el sintoísmo. El catolicismo estaba centrado en pequeñas comunidades en las que el culto y las oraciones -en portugués, castellano y latín- se transmitían de padres a hijos. El levantamiento de la prohibición y el restablecimiento de la libertad de cultos coincidieron con una mayor modernización del país y los movimientos migratorios hacia las ciudades y grandes núcleos de población, en 1873, si bien el proselitismo tardó mucho más tiempo en estar bien visto. Una vez alejados los hijos de los padres que les enseñaron, estos -sin duda para evitarle problemas a sus hijos al criarles en una religión que aún no se veía con buenos ojos- decidieron continuar con su culto en mucha menor medida, además de que, en sus nuevos lugares de vida, no disponían de templos o lugares de culto donde poder hacerlo. Aquello hizo que la religión cristiana se fuera lentamente diluyendo.

Sería ya a principios del siglo XX cuando una pequeña comunidad cristiana se atrevió a darse a conocer sin temores ni vergüenzas, acontecimiento que nos permitió conocer a los kakure kirishitan, su cultura y sus bellas iglesias de las islas Gotō. Incluso el Papa Juan Pablo II les visitó en 1981 y hasta bautizó personalmente a algunos de sus miembros más jóvenes.