Inquietud de espíritu. Más allá
del amor, de la atracción, del capricho o del deseo, ha habido algo, una fuerza
que ha movido a las heroínas a lo largo de mundos y aventuras durante milenios.
Y la que hoy nos ocupa no es una excepción, porque puede que parte de su
motivación sea la amistad y el amor que siente hacia su amigo humano, pero su
motor principal es esa inquietud de espíritu, la curiosidad por descubrir un
mundo más allá de lo que conoce.
En
el fondo del mar, en un extraño submarino dotado de maravillosa maquinaria,
Fujimoto, una especia de mezcla entre mago y científico (quizá «alquimista»
sería la palabra más apropiada) vive acompañado de sus innumerables hijas. Una
de ellas, Brunilda, curiosa y traviesa, decide escapar para explorar el mundo que
existe más allá del mar y que su padre, antiguo humano y conocedor de sus
defectos, siempre le ha negado. La pequeña Brunilda acaba atrapada en un bote
de cristal y allí la encuentra Sosuke, un niño de su edad que la toma por un
pececito. El niño rompe el frasco donde la criatura está presa y tiene la mala
suerte de hacerse un corte; Brunilda lame la herida y esta se cura en el acto.
Sosuke se queda convencido de que su pez tiene poderes mágicos y decide
quedársela y darle el nombre de Ponyo. Ponyo y Sosuke congeniarán de inmediato,
aunque su amistad acabará abruptamente cuando su padre regrese a buscarla y la
lleve con él, pero la pequeña no está dispuesta a dejar que la separen de su
recién encontrado amigo así como así, y le demostrará a Fujimoto que él no es
el único que sabe magia. Aunque, claro está, una cosa es hacer magia y otra muy
distinta, controlarla. A ver si le vamos a pedir contención y mesura a una
criatura de cinco añitos.
Como
vemos, el argumento es similar al de La
Sirenita de Andersen, si bien tratamos con niños y no con adolescentes, lo
que produce una historia mucho más tierna y orientada hacia el cariño y la
amistad y no el amor romántico, por más que este lleva también gran peso en el
argumento. A diferencia de lo que suceden en el cuento clásico, aquí Ponyo no
tendrá que renunciar a su voz a cambio de piernas, pero el uso de su magia,
incontrolada, podrá ocasionar verdaderas catástrofes. No obstante, la semejanza
entre ambas heroínas es innegable: ambas quieren explorar el mundo que hay más
allá de lo que conocen y mientras sus familias, bientencionadas, tratan de
protegerlas y apartarlas de ello, su propia curiosidad tirará de ellas con
mayor fuerza. Si exploramos la historia, ya en la mitología clásica encontramos
el mito de la ondina que gustaba de explorar, a escondidas de su reina, el
exterior del lago donde vivía con sus hermanas y que acabó enamorándose de un
humano. Y el mito de Adán y Eva, en el que la mujer come la fruta del árbol del
Bien y el Mal, no deja de tener la misma base. En todos los casos, la heroína
ansía un conocimiento que le es negado por sus superiores y, al no poder
obtenerlo los cauces legales, ella misma se las arregla para alcanzarlo. Eso,
naturalmente, tiene consecuencias más o menos graves, pero que podrían haberse
evitado si aquellos que poseían el conocimiento deseado no hubieran prejuzgado
a la mujer en cuestión como demasiado joven, inexperta o estúpida para
asimilarlo y se lo hubieran explicado con claridad desde el primer momento.
Fujimoto,
el padre de Ponyo, está convencido de que su hija es una criatura por completo
marina y todavía un bebé. No necesita para nada el mundo humano que él conoce
en toda su miseria. Pero Ponyo es una niña inteligente y, por lo tanto,
rebelde. No dudará en exponer primero sus ideas y, cuando vea que estas son
sistemáticamente rechazadas sin razón, imponerlas. Ello desencadenará la acción
en una peligrosa aventura llena por igual de riesgos y de simpatía.
Acompañada
por la bellísima animación del estudio Ghibli, Ponyo en el acantilado es pura poesía visual y cada fotograma es
una obra de arte. Su dibujo mimado y lleno de detalles nos introduce en la
historia desde el primer momento y nos hace imposible apartar los ojos de la
pantalla, cautivados a la vez por la ternura del argumento, la delicada belleza
de las imágenes, y el trasfondo romántico y ecológico de la cinta.
Estrenada
en 2008, Ponyo en el acantilado fue
la octava película dirigida por Miyazaki, y recaudó más de doscientos millones
de dólares en todo el mundo. A pesar de que no contó con apoyos suficientes
para optar a los premios Oscar, sí que ganó el premio de la Academia Japonesa a
la mejor película de animación del año.
Ponyo en el acantilado es ideal para ver
con niños, pero también gustará a los adultos. Es una historia tan hermosa y
bien hecha que no deja indiferente a nadie, y cuya magia queda en el recuerdo
para siempre.
«Mejor un whisky… doble». Si no coges esta
frase, tienes que ver más cine.
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