«Entre por su propia voluntad y deje aquí parte de la felicidad que trae consigo». Todos los admiradores de la literatura clásica conocemos esta frase, como conocemos el «En un lugar de la Mancha», o el «Había una vez un trozo de madera», o el «Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas». Todas estas frases, aunque representativas de grandes clásicos de la literatura universal, en realidad no tienen nada que ver con el anime que hoy vamos a reseñar. Pero el apoyarse en la cultura general, siempre viene fenomenal.

     Esta introducción nos sirve para hacernos una idea también del tono general que vamos a encontrar en el anime de Osamu Tezuka, Don Drácula, Don Durakura en el original. Apoyándose de forma muy somera y con muchas licencias, en el mito del inmortal (en todos los aspectos) vampiro, Tezuka, el famoso creador de Astroboy, nos trajo un personaje manga de gran comicidad en el año 1979, que pasaría al formato animado en 1982. No obstante, Tezuka nos presentó un Drácula muy clásico, que bebía directamente de las producciones Hammer, con rasgos de Bela Lugosi y con la altura y el señorío de Christopher Lee.




     En los episodios podemos ver al vampiro Don Drácula que, acompañado de su pequeña hija Chócola y de su sirviente Igor, han decidido cambiar de aires y abandonar su Transilvania natal, pero en lugar de trasladarse a Londres, como sucediera en la novela original, aquí será el país del Sol Naciente el elegido para su nueva vida. Mientras Don Drácula persigue -con más o menos éxito- a mujeres hermosas con la intención de beber su sangre, su hija acude a clases nocturnas en el colegio y hace amistad con un chico humano, relación que su célebre padre no verá con buenos ojos, pero esa será sólo una de sus preocupaciones; el profesor Helsing le persigue para darle caza y a fin de localizarle a través de Chócola, se coloca como profesor de Arte en la escuela de la niña. Por fortuna, el bajito y malcarado profesor tiene un terrible problema físico: debido a una dolencia cervical, cada vez que se pone nervioso (lo que le sucede en cada enfrentamiento), le entra diarrea y ha de correr a buscar un baño.

     La relación que Chócola mantiene con su padre es uno de los pilares de la comicidad y el argumento del anime. A diferencia de otras niñas vampiro, como Anna la Valiente de la serie El pequeño Vampiro, Chócola no lamenta su condición, ni se ve obligada a valerse sola; antes bien sabe que es la única dueña del corazón de su padre, y éste la mima, por más que quiera disimularlo o hacerse el padre tiránico en ocasiones. Tan pronto como intenta imponerle a la niña su voluntad, ésta le amenaza con marcharse a vivir en una cueva de murciélagos, lo hace que hace que su padre recoja velas inmediatamente. Por más que Chócola sea sólo una niña y una vampiresa, y como tal, caprichosa, voluble y algo egoísta, ella también adora a su padre y con frecuencia, demuestra tener más sentido común que el propio Drácula.

     Como vemos, se trata de personajes tópicos y situaciones clásicas que dan lugar a un humor de marcado carácter infantil, pero es cierto que la serie tiene momentos muy divertidos, y también en ocasiones, emocionantes y hasta emotivos. No es menos importante que el gran doblaje español puso el broche de oro en una animación ya exagerada e hilarante.



     Don Drácula contó solo con ocho episodios, y aunque hay algunos de mayor calidad argumental que otros, todos son no sólo divertidos, sino también muy atrevidos en lo que a guion se refiere. Tezuka no olvidó en ningún momento que el protagonista era un vampiro, y además El vampiro por excelencia, el Príncipe de las Tinieblas. Por más que el tono sea infantil y cómico, en los episodios podemos ver en ocasiones a la verdadera naturaleza de la fiera, que no vacila en atacar a hombres o bestias para lograr lo que desea, o defender a su pequeña hijita.

     A pesar de que la serie no obtuvo el éxito deseado, Don Drácula sigue siendo un personaje tierno y divertido, querido y conocido en Japón, y sus aventuras animadas pueden conseguirse con relativa facilidad, incluso en internet. Una serie de un humor algo básico y qué duda cabe que infantil, pero no por ello menos meritoria y que parece evocar tardes de merienda con pan y chocolate. Y zumo de fresas, para jugar también nosotros a que somos vampiros.

     «¡Esa, esa, la de las medias verdes y el guau-guau!» Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.