Adoradores
y detractores. No hay cosa en el mundo que no implique división de opiniones, y
si ni el chocolate puede decir que guste a todo el mundo, menos aún puede la
Navidad. Son muchos los que están hasta las narices de currarse regalos para
los demás y zamparse colas en comercios, para luego recibir desodorantes de a
granel; muchos más los que temen reencontrarse con la familia y las consabidas
preguntas y comentarios del estilo “¿y sigues sin novio? ¿Y para cuándo los
niños? Tendrías que haber opositado como el primo Andresito y ahora vivirías tranquilo…
¡Cómo has engordado!”. Son legión los que saben que les tocará guisar y recoger
a ellos solitos una cena para veinte, porque todos los parientes se apuntan a
comer, pero ninguno a limpiar. Y no digamos aquellos que, de niños, pidieron un
Amstrad CPC y un Scalextric y recibieron calzoncillos y algún plomojuego de
Educa que pretendía que encontrásemos una juerga salvaje en aprender qué
producían las diferentes comunidades autónomas españolas… Sea cual sea, pero
todos los que dicen odiar la Navidad, tienen su particular motivo para hacerlo.
Y en la película que nos ocupa hoy, el protagonista lo tiene también. Hoy, en
Cine Freak Salvaje navideño, El Grinch.
El Grinch está basada en un cuento infantil,
escrito por el Dr. Seuss en 1957. Este era un escritor especializado en cuentos
infantiles escritos en verso, en los que abundaban los juegos de palabras, las
aliteraciones, la homofonía y las palabras esdrújulas, amén de los buenos
sentimientos y - por qué no decirlo - también un exceso de sacarosa y moralina,
pero qué caray, estábamos en los cincuenta. En Norteamérica todo el mundo vivía
en encantadores chalecitos con cocinas automáticas, cocinaba tarta de manzana y todo era rosa pastel; es normal
que el espíritu de la época se filtrase incluso en la literatura infantil.
Haría falta que les asesinaran a un presidente ante sus narices y que perdieran
en Vietnam para que el cinismo empezase a llegar, pero entonces creían que eran
felices, que lo tenían todo y que “no había modo de vida mejor que el americano”.
Puestos ya en situación histórica, la del
cuento a su vez es muy simple. En un copo de nieve se sitúa el pueblecito de
Villa Quien, donde viven los quien, y estos están a punto de celebrar la
Navidad. Mientras, en la cueva de una montaña nevada, vive El Grinch, una
criatura verdosa y peluda que detesta la empalagosa felicidad de los quién y sus
ruidosas celebraciones navideñas, porque su corazón es dos tallas más pequeño
de lo normal. En su envidia ante el disfrute de los demás por una fiesta que no
entiende, El Grinch decide robar la Navidad, y para ello baja durante la noche
y se lleva todos los regalos, la decoración y todos los objetos de la fiesta. Nuestro
protagonista espera al día siguiente escuchar los llantos y lamentos de los quien
al quedarse sin fiesta, pero en lugar de eso, escucha villancicos, risas y
felicitaciones por doquier, porque los quien han celebrado la fiesta a pesar de
sus esfuerzos. El Grinch comprende entonces que la Navidad no la hacen los
regalos ni las luces, sino algo mucho más profundo y significativo como es la
familia, el amor y la amistad. Conmovido por el descubrimiento, el corazón del
Grinch crece tres tallas de golpe y en el acto se arrepiente de su mala acción.
Baja a Villa Quien sin perder un momento y devuelve todo lo que se llevó. En la
cinta, el planteamiento general es similar, pero incorporando las suficientes
notas adicionales de argumento para pretextar la duración de un largometraje.
Así, el Grinch odia la Navidad y a los
quien porque, en su niñez, todos se metían con él por su curioso aspecto peludo
y le humillaban por ello, se incluyó un divertido triángulo amoroso, y se dio
mayor relevancia al personaje de la pequeña Cindy Lou Quien, que en el cuento
original tenía apenas una aparición secundaria. En la película en cambio, la
niña se convierte en una especie de conciencia colectiva para todos los vecinos
de Villa Quien, empezando por su propio padre. Será ella la que llame la
atención sobre el verdadero significado de la Navidad y sobre la conveniencia
de redimir al Grinch como algo meritorio y aún necesario en fechas tan
entrañables, en lugar de centrarse sólo en comilonas, adornos y obsequios.
Pese a ser la más recordada, no era la
primera versión que se hacía del cuento de Seuss. Ya en 1966 hubo una versión animada
que se hizo expresamente para la televisión, narrada por Boris Karloff y cuya
voz también interpretaba al Grinch. Este corto animado, que respetó las rimas
originales del cuento, es tan habitual en la programación televisiva
norteamericana como el Qué bello es vivir de Frank Capra.
Estrenada en el año 2000, dirigida por Ron
Howard y protagonizada por Jim Carrey, El Grinch fue la gran estrella de las
navidades del milenio, recaudó más del triple de lo que había costado y
desbancó incluso a Solo en casa como la película más vista de temática
navideña. Se hizo asimismo acreedora a varios premios, entre ellos el MTV Movie
para Jim Carrey como el mejor villano, así como los Saturn y Bafta al mejor
maquillaje, categoría en la que se llevó también el Oscar. No obstante, la
crítica nunca la ha tratado demasiado bien. Si bien se alabó la mímica de Jim
Carrey y la elástica comicidad de su personaje, muchos críticos convinieron que
eso no era suficiente para salvar la película, valorando esta como una cinta
pobre, excesivamente infantilizada y mediocre. En mi opinión, a diferencia de
otras cintas navideñas, poco destacables, pero meritorias que se pueden
disfrutar en cualquier época del año, como Solo en casa o ¡Socorro, ya es
Navidad!, El Grinch resulta más reducida y no tiene suficiente peso como
comedia o cuento por sí sola y no es fácil imaginarnos viéndola en agosto, por
ejemplo; es una cinta que no es tan destacable como otros trabajos de Carrey y
que, de no ser por sus esfuerzos, hubiera pasado desapercibida, pero es
entretenida, dulce y agradable para disfrutarla en Navidad, sobre todo, con
niños.
Estoy bajo el muérdago... ¡dame un besito! |
“Quédate
con el cambio, sabandija asquerosa” Si no coges esta frase, tienes que ver más
cine.
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