«De todos los pueblos de la Galia, el belga es el más valiente» Julio César.  
    
«¿¡Ah, ¡¿César ha dicho eso?! ¡Pues bien, ¿sabes tú lo que pienso YO de César?!» Abraracurcix.

     Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos. ¿Toda? ¡No! Existe una pequeña aldea que resiste todavía y siempre al invasor. Esta entradilla se había convertido ya en un clásico para cuando fue publicado el tomo que nos ocupa, Asterix en Bélgica. No en vano llevaba casi veinte años apareciendo en la portadilla de todos los álbumes del héroe galo, y siendo repetida por niños, adultos, padres, hijos, y hasta profesores de historia y latín.

     En la historia a la que nos referimos, la aldea gala vive un inusitado tiempo de paz, sin ataques romanos. Esto, aunque en parte da mucha tranquilidad, también es bastante aburrido; los guerreros galos se desprenden del exceso de energías peleando familiarmente entre ellos, y una gran alegría invade a todos cuando Asterix y Obelix traen la noticia de que han llegado tropas de refresco a la región. No obstante, cuando los dos amigos se dirigen a echar un vistazo a las nuevas tropas, se llevan una gran sorpresa cuando ven que entre los legionarios no reina el temor y el desánimo que son habituales, sino que van alegremente cantando canciones y parecen sospechosamente contentos. Tras un corto pero eficaz interrogatorio, descubrimos que la citada cohorte proviene de Bélgica y les pone de buen humor el hecho de no estar ya en su país; se encuentran en Armórica descansando.

     Tal revelación hiere profundamente el orgullo del jefe Abraracurcix, y más cuando se entera de que, según la opinión del César, el pueblo Belga es el más valiente de todas las Galias. Por más que el druida intente imponer sensatez, la vanidad herida del jefe galo le hará emprender una expedición al país de los belgas, a fin de dilucidar qué tiene de extraordinario y demostrar que, si algún galo puede presumir de valentía superior al resto, es él mismo.

     Corría el año 1960 cuando René Goscinny y Albert Uderzo crearon a los inmortales galos que les darían fama mundial y corría el año 1978 cuando el genial guionista acudió a un reconocimiento médico y durante una prueba de esfuerzo sufrió un infarto fulminante y murió. Asterix en Bélgica fue el último álbum que creó y no llegó a verlo terminado debido a su prematuro fallecimiento. Paralelamente, en cines se estrenó una cinta cuyo guion también le pertenecía y que tampoco puedo ver proyectada: La balada de los Dalton. El sentimiento de toda Francia por el deceso del guionista era tan intenso que, en el estreno de la cinta, en la única frase que dice el caballo Jolly Jumper, el público se arrancó a aplaudir y llorar que en varias salas tuvieron que parar la proyección. ¿El motivo? Al caballo de Lucky Luke le había prestado la voz el propio Goscinny.

    Cuando Uderzo, con el dibujo del cómic todavía a medias, se enteró del fallecimiento de su colaborador y amigo, hizo que en todas las viñetas restantes lloviese. Esto obedecía a parodiar el clima húmedo de Bélgica, pero sobre todo a expresar su tristeza. No obstante, Uderzo supo volcar su pena en su trazo, haciendo del álbum algo extraordinario, en el que pudimos ver un dibujo cuidado, exquisito, más aún de a lo que nos tenía acostumbrados el gran dibujante.

     En todos los álbumes de Asterix eran habituales las apariciones de personajes representativos del lugar que visitaban los héroes, como los Beatles en Asterix en Bretaña o Don Quijote en Hispania. En este no fue una excepción, y pudimos ver a los famosos Hernández y Fernández de las historietas de Tintín, del belga Hergé, a Eddie Mercx (famoso ciclista) como el «mensajero veloz», una parodia del Manneken Pis, pasajes enteros parafraseados de Victor Hugo y hasta una interpretación del cuadro «La boda campesina» de Brueghel el Viejo. Y todo ello aderezado con los juegos de palabras, las peleas y los inigualables momentos de humor que son clásicos en las aventuras del célebre galo.



    Asterix en Bélgica marcó un antes y un después en las aventuras del héroe galo, quien estuvo a punto de morir con su creador y pasar al mundo del coleccionismo como en su día le pasó a Tintín. No obstante, Uderzo recogió el testigo y continuó los cómics. Es cierto que la calidad nunca volvió a ser la misma, pero el esfuerzo del dibujante ha sido innegable.