Marjie tiene diez años, es hija única, vive con sus padres y va al colegio francés. Sus padres tienen ideas muy progresistas y la educan en el librepensamiento, dándole libros muy completos para que entienda todas las maneras de pensar, sin dejar por ello sus raíces religiosas e históricas. Por eso la niña no entiende por qué ahora en el colegio, la obligan a llevar velo, ni por qué hay que rezar tan a menudo, ni… Mientras la parte más tierna de su infancia se acaba, su pueblo y su país van a cambiar tanto como ella misma y se verá envuelta en la revolución cultural iraní, y más tarde, en la guerra.
Con su trazo sencillo, pero efectivo, Satrapi nos lleva a su mundo infantil primero y adolescente después, a través del cual conocemos las peripecias de su familia y de ella misma en un mundo retorcido y doliente, que parece empeñarse en revolcarse en su propio dolor. A través de sus ojos de niña, vemos un país occidentalizado y moderno, pero con gravísimas diferencias sociales, en el que una mínima élite disfrutaba de la riqueza y el estado del bienestar, mientras la mayor parte de la población ni siquiera tenía acceso a la educación básica para sus hijos y tenían que «venderlos» a familias pudientes para servir. A través de la revolución, la guerra y la reforma, veremos cómo la masa ignorante prefiere ser gobernada por el islam más radical sólo por contraponerse a las ideas occidentales que consideran nocivas y pecaminosas por defecto.
Desde la Edad Media, hemos visto por la Historia que la unión de Iglesia y Estado siempre da lugar a gobiernos absolutos y corruptos, en los que es más importante la vida privada que el bienestar social, donde se considera más grave que una mujer se pinte los labios a que el estado torture y mate a presos políticos. Persépolis nos da una nueva muestra de qué sucede cuando la religión radicalizada se encuentra con el poder: que lo ejerce hasta límites absurdos. Pero como sucede en estos casos, la religión puede ordenar, puede controlar y puede castigar, pero no puede controlarlo absolutamente todo. Así, mientras que escuchar música moderna y rock se prohíbe, surge el mercado negro donde se pueden comprar cintas de música de todo tipo, surge el contrabando de mercadotecnia, etc.
Marjane nos deja ver a «la generación perdida» de Irán con una mirada llena por igual de dureza y de amabilidad. A través de detalles como las capillas de los mártires que pueblan las calles de Irán y donde se cree que los jóvenes muertos gozan simbólicamente de una relación carnal antes de subir al cielo, o de la llave de plástico que los soldados dan a adolescentes y hasta a niños de once años asegurándoles que es la llave del paraíso para que no tengan miedo de morir cuando los usen como a carne de cañón, vemos la crueldad de la guerra en toda su crudeza, el egoísmo de los mandatarios que exigen a la población que entregue a sus hijos mientras ellos no combaten… pero también la amabilidad, la solidaridad, el cariño, y hasta la risa que a veces surge en el lugar más inesperado.
En blanco y negro, Persépolis es una obra en la que el trazo está por completo al servicio de la palabra, y es la narración la protagonista absoluta. No obstante, eso no la hace en absoluto una obra fea o carente de belleza plástica; al contrario, es el trazo ágil, elástico y veloz de las viñetas el que hace que estas fluyan con delicadeza en los momentos amables, y con dura expresividad en los párrafos más terribles. Persépolis es la historia de una niña que creció, pero que lo hizo en un momento y un país particularmente significativos. Una obra imperdible del cómic y la novela gráfica, al nivel de otros imprescindibles como la genial Maus y que es preciso leer al menos una vez, tanto por disfrutar de una grandísima obra, como documento histórico de un país y de una época cuyos cambios, aún colean.
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