-…Sobre todo ahora, nada de tonterías de
no cenar, ¿eh? Cena ligerito, de acuerdo, pero no te acuestes sin cenar - el doctor Molina sonríe, está
tan sudado como nosotros (¿cómo se las apañará ZombiD para sudar…?), pero
mientras que ZombiD y yo estamos para el arrastre, él parece apenas cansado, de
hecho puede hablar con toda naturalidad, mientras que nosotros sólo lo hacemos
entre jadeos. Intento devolverle la sonrisa mientras se despide de nosotros, se
aleja trotando hacia las escaleras y las sube a saltitos, de dos en dos… qué
tío, me triplica la edad y parece que no toque el suelo.
-No me gusta ese perro… ¡no me gusta nada!
– Jadea ZombiD apenas le ve alejarse. Sólo muy a regañadientes ha consentido en
acompañarme; llevo una vida muy sedentaria y no me gusta privarme de caprichos
culinarios, lo que es el cóctel perfecto para coger peso a toda pastilla, y
finalmente me he decidido a ponerme en forma. Puesto que el cuarto vive el
doctor (veterinario) Molina que además es “Personal training” como se dice
ahora, lo hablé con él y con mucho gusto accedió a hacerme un hueco dentro de
su horario, que es tan apretado como el mío. Cuando se lo conté a ZombiD, no
quiso saber nada de salir a hacer ejercicio él también, pero cuando le dije que
iba a entrenarme el Dr. Molina, se enfurruñó y dijo que iría.
-¿Por qué no? – le pregunto entre toses.
ZombiD achina los ojos y pone voz engolada.
-“Oh, deja que te ayude para ver hasta
dónde llegas… ¡oh, si llegas a tocar el suelo con la mano, qué flexibilidad!
¡Esa flexibilidad indica facilidad para perder peso, verás qué rápido te pones
en forma! ¡Oh, qué estupenda estructura ósea!” ¡Es un pelota refinado y un
sobón!
-¡Vamos… sólo intenta ganarse el sueldo!
Sabe que si es simpático, es más fácil que acudamos todos los días.
-Claro, y lo de quitarse la camiseta para
“oxigenarse el pecho”, ¿qué? ¡He visto menos pelo en una alfombra de baño!
¡Cómo le gusta presumir…!
-Bueno, D, ¡es un licántropo, no puede
evitar ser pelud…! – y entonces me doy cuenta - ¿¿Tú estás celoso??
-¿Qué… YO? ¡¿Cómo se te ocurre, claro que
no!? Sólo digo la realidad, que es un exhibicionista asqueroso y que le gusta
echar mano donde no tiene que echarla… ¡y que parece que a ti, no te disgusta!
-ZombiD, cariñito… - no puedo evitar
sonreír al verle tan zombi y tan indignado.
-¡No me vengas con “ZombiD, cariñito”!
-D, te garantizo que el Dr. Molina, NO me gusta. Confieso que es
atractivo, pero yo te quiero a ti. Un pecho verde es mucho más bonito que uno
peludo.
-¿Incluso si falta algún trozo…?
-Incluso así. – Nos besamos. Lamento que
hayáis tenido que ver algo tan casposo como un numerito de celos, sentimiento
que, por más que españoles e italianos parezcamos haber patentado, lo cierto es
que son corrientes en la práctica totalidad del mundo, pero solemos ser
nosotros y nuestros primos hermanos quienes lo hemos explotado más en cine, al
igual que otras muchas casposidades machistas, como el estigma del sexo prematrimonial
o el ver algo cómico en un hecho tan traumático como una violación, suceso que
nos lleva a nuestro Cine que sólo se ve en verano de hoy: Un juicio de faldas.
Si hoy día alguien pretendiese tomar en clave humor semejante suceso,
sería tachado de troglodita machista sin sentimientos y con razón. Una
violación no será nunca asunto de risa, pero durante algún tiempo, en ésta
España nuestra, así se tomó (y aún hoy día, hay quien lo sigue tomando o
considerando que no es en realidad algo tan grave. Frases como "si no se vistieran así, que parece que lo van buscando... Ya, ya, violada, lo que pasa es que beben demasiado, se pasan, y a la mañana siguiente lo de siempre, se arrepienten, y a arruinarle la vida a un pobre tío diciendo que es un violador... Claro, claro, si es guapo, han ligado, si es feo, es que la han violado...", nos demuestran que aún hoy día vivimos en una cultura que tiene mucho que aprender. Todos recordamos (y si no, para eso estoy yo) cierto juez que desestimó una denuncia por violación porque la víctima, ¡llevaba pantalones!, y según él, era imposible que el violador se los hubiera quitado por la fuerza, la víctima tenía que haberle ayudado y por lo tanto, había consentido. De eso, hará como unos diez años). En medio todavía de la
represión franquista, donde si tomabas la píldora y estabas casada eras una
asesina de niños y si estabas soltera eras una zorra que te acostabas con
todos, películas como la que nos ocupa reflejaban el sentir y el pensar de una
sociedad caduca que estaba siendo forzada a renovarse, lo quisiera o no.
Los personajes femeninos Gracita (Gracita
Morales) y Marta (Concha Velasco) son radicalmente opuestos y nos muestran
precisamente ese cambio de mentalidad. Mientras que Gracita es una pobre chica
de pueblo que no ha tenido más educación que los correazos y tirones de pelo de
sus padres, la abogada es una mujer de ciudad que ha recibido una educación
cuidada hasta universitaria, algo rarísimo para la época, que es completamente
independiente de su madre y no se deja manipular. Es un ser librepensante,
seguro de sí y tan capaz de llevar su vida como un hombre. Gracita es una pobre
desgraciada que no conoce nada, y ese desconocimiento la lleva a abusar del
alcohol y la grifa y confiar en quien no debe, alguien que se aprovechará
suciamente de su estado para tener sexo con ella sin que pueda defenderse. La
cinta deja entrever que eso, a la abogada, no la hubiese sucedido. Por más que se trate de una comedia donde se toma a broma algo tan trágico, no deja de ser un alegato feminista, invitando a las mujeres a que no se parezcan a Gracita y no acaben como ella, sino que estudien, se formen y sean independientes, sepan cuidarse y no corran peligro (la idea de la criminalización de la víctima, la dejaremos para otra día; en la cinta, no la explotan, sino todo lo contrario. Gracita siempre está protegida por la ley y nadie duda de su testimonio, sólo sus padres la culpan de lo sucedido llamándola "mala hija" y cuando ella intenta defenderse asegurando que salió de las fiestas atontada, su padre le asegure que "atontada, ya salió del bautismo").
Siguiendo con las ideas machistas propias
de la época, la acusación particular, encarnada nada
menos que por el genial
José Sazatornil (“Saza”), pide cárcel para el acusado… a no ser que consienta
en reparar el mal causado casándose con la interfecta. Sí. ¿Te han violado?
Pues para que no pierdas la honra, te casamos con tu violador, que seguro que
vais a ser muuuuuuuuuy felices… Luego, cuando sale una noticia así en
Afganistán, nos llevamos las manos a la cabeza, y eso aquí, pasó hasta hace
cuatro días. En la cinta, claro está, nos encontramos, en palabra de la
abogada, que el acusado “es apetecible como marido”; se trata de un hombre
joven, atractivo y económicamente bien situado, dueño de una modesta empresa y
tres camiones, y además buena persona en general, lo que hace que los padres de
Gracita le consideren culpable de conveniencia y convenzan a su hija de que les
apoye para casarse con él. La golosina de ese matrimonio hace que Gracita se
muestre de acuerdo con esa mentira, que sustenta todo el argumento.
Un juicio de faldas es una comedia sin
pretensiones que hay que tomarse a broma y no juzgarla con los ojos de hoy si
queremos pasar un rato divertido con ella. Es cierto que tiene canciones y son
coplas de Manolo Escobar, pero no se abusa de éste recurso, de modo que apenas
hay cuatro o cinco en toda la producción y dos de ellas, pertenecen a los
créditos de inicio y final (que aprenda Barbra Streisand, que cuando pretendí
ver “Yentl”, acabé hasta los mismísimos ovarios; cada veinticinco segundos, “lalalaaaaa…”, y yo diciendo “por amor
del Cielo, ¿no le dará una afonía a ésta buena mujer? ¿Dónde está Esatomatix
cuando se le necesita…?). Cinefiliabilidad 4, lo que os recuerdo que quiere decir
que es fácil de ver, salvo si no te gusta la copla.
“Con el debido respeto, señor,
pero se me están empezando a inflar las pelotas” Si no coges ésta frase, tienes
que ver más cine.
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