Tirados en el suelo, cubiertos de sudor y
con la ropa desordenada, ZombiD y yo jadeamos. Ha sido increíble. Me apoyo
sobre el codo y le doy una palmadita en el hombro:
-¿Qué? ¿Un reenganche? – bromeo. Mi novio
niega con la cabeza.
-De momento, no, gracias – jadea. – Nunca segundas partes fueron buenas.
-Vale… - admito, echándome de nuevo – Pero
entonces, te he ganado por 32 a 29.
-Sí, pero los tres triples seguidos, han sido míos.
-Sí, eso sí... preciosos. – Lo que es justo, es justo; hemos echado un
partidillo de baloncesto aprovechando que ya se está acabando el verano y en
cuanto empiece a apretar el frío no se podrá usar el campo de deportes, y nos
hemos pegado un tute pero bien severo, increíble de verdad. ¿Qué? No me digáis
que os habíais figurado otra cosa… Bien, mejor no me lo digáis, pasemos a la
razón que tiene ZombiD en que nunca segundas partes fueron buenas. Es cierto,
las segundas partes, con frecuencia suelen cojear…. Pero hoy, nos vamos a
ocupar de una tercera, cuya primera ya tratamos hace algunas semanas. Beyond
Reanimator, la cinta que cierra la trilogía Re-animator.
Bien, así quedó la historia en los años ochenta. Pero en la década del
2000 alguien dijo “¿Por qué no…?” y esa suele ser una pregunta peligrosa, que
nos llevó nada menos que a Beyond Reanimator, cinta que arranca,
cronológicamente hablando, justo en el final de la segunda. En un jardín de una
casa cercana al Hospital Universitario Miskatonic (donde trabaja Herbie West),
un par de niños hacen camping en jardín urbano, y cuando entran en casa a
gastar una broma a la hermana mayor de uno de ellos, uno de los “experimentos”
de los que se han rebelado contra West, entra también en la casa a por un poco
de leche (tal como os lo cuento...), y mata a la citada hermana mayor frente a los espantados ojos de su
hermano. Segundos más tarde, el niño ve pasar, ya detenido y esposado, a
nuestro protagonista, West, a quien se le cae algo muy preciado del bolsillo:
una jeringa con su reactivo.
Bien, pasan los años y West continua con
sus investigaciones, pero con muchas limitaciones, ya
que está cumpliendo
condena en una prisión de máxima seguridad (diga usted la penitenciaría de La Modelo, Valencia; es la misma cárcel en la que se rodó ¡Todos a la cárcel!, de
Berlanga, en 1993. Sí, señores, la cinta tiene mucho capital español, y cuenta
con la inefable presencia de Santiago Segura en el papel de uno de los
reclusos.), pero así y todo sigue haciendo progresos. A la citada cárcel llega
un nuevo médico que bien pronto tendrá que darse de dientes contra el perverso
alcaide y unos presos algo exaltados, pero a quien desea ver por encima de
todo, es a West, y es porque tiene que devolverle algo… Ya supondréis el qué.
El terror, y más el de serie B, puede pecar
de baratito y excesivo en recursos sensacionalistas (vamos: que la sangre mana
a chorros), pero nadie puede decirle que no sea animoso o esté hecho sin ganas
o falto de entusiasmo, y sin duda es por eso que tiene tantos adoradores, entre
los que me cuento. Su macabro sentido del humor y su manera de empezar por
reírse de sí mismo es algo que le ha hecho ganar adeptos ya desde cintas tan
clásicas como Terroríficamente muertos, Tu madre se ha comido a mi perro o
¿Dónde te escondes, hermano? Desde los inicios de la historia del cine, el
terror y el celuloide han ido de la mano en una relación maravillosa de efectos
especiales, sobresaltos y tripas revueltas. Década a década, el terror se iba
haciendo más explícito, más sangriento, más “realista” en sus efectos y más
propenso a tirar de los encantos femeninos, todo hay que decirlo. Ya en las
películas de vampiros que veían nuestros abuelitos, con Lon Chaney o Bela
Lugosi encarnando al noble Conde Drácula, salía alguna jovencita en camisón; en
los cincuenta, fue la productora Hammer la que se hizo con el mercado con sus
películas a todo color con títulos de crédito de letras chorreantes y chicas
luciendo generosos escotes. Y más adelante, en los setenta, empezaron a llegar
las películas de asesinos en serie y sucesos escabrosos. De ahí al giallo
(terror italiano) y a la serie B, sólo quedaba un paso. Y ese paso, fueron los
años ochenta.
La primera parte de nuestra trilogía, si
bien era un poco más… “seria” (fue estrenada en cines), tenía los ingredientes
precisos para convertirse en lo que siempre fue, como vimos en la secuela. Y en
la tercera parte, se regodea en saber que lo es. Re-Animator fue rescatada como
un producto ochentero, sanguinolento y morboso, pero lleno de humor, y con ese
espíritu se rodó la tercera parte que cierra la saga. La sangre se utiliza de
forma exagerada, la hipérbole es el recurso por excelencia, la cinta no se toma
en serio a sí misma en ningún momento y en más de una ocasión juega con la
consecución de la carcajada y no del susto.
Jeffrey Combs se metió por tercera vez tras
las gafas de Herbie West en esta cinta. Si bien ha sido
éste el papel que, en
España, le ha hecho más conocido y querido, ha participado en nada menos que
ocho adaptaciones de obras de H.P. Lovecraft al cine, también participó en la
película Agárrame esos fantasmas, junto a Michael J. Fox, y hasta ha formado
parte de la tripulación de la nave Enterprise como el alienígena Tiron. Su
papel en ésta cinta es el del científico loco, un investigador frío y lógico
que no parece sentir afectos... al menos, en ésta parte; en las dos primeras,
mostraba un interés cuando menos, sospechoso por conseguir que su ayudante no
se separase de él. De hecho, el triángulo presente en las
tres cintas “West-ayudante-chica”, puede señalar el interés homosexual de Herbie. El
científico intenta por todos los medios tener a su ayudante para él solo,
mientras que las chicas intentan con la misma fuerza que el cómplice se separe
del doctor y venga a ellas. Esta dualidad, disimuladamente homófoba por cierto, ya la vimos en la segunda parte de Pesadilla en Elm Street, en la que Freddy Krueger se introducía en los sueños de un chico en lugar de en una chica, y le obligaba a matar hombres por él. Disimuladamente, nos muestran que cuando el protagonista se acerca a la chica que le gusta, el poder de Freddy disminuye. En Re-animator sucede algo parecido: mientras el ayudante permanece cerca de la chica y la escucha, todo va bien. Cuando se acerca más a Herbie y escucha a éste, es cuando surgen todos los problemas. Igualmente, el triángulo citado señala la dualidad
entre el corazón y el cerebro. West es el cerebro carente de sentimientos para
quien sus estudios son lo único que existe y que no se detiene ante ningún
obstáculo moral, llegándose incluso a plantear el asesinato con tal de tener
difuntos recientes con los que experimentar; las chicas encarnan el corazón
apasionado que asegura que investigar con pedazos de cadáveres y devolver a la
vida la materia muerta es peligroso o hasta blasfemo.
Asimismo, West es un personaje a quien parece
importarle dos pimientos el estar en una universidad, un hospital, una cárcel o
el infierno; él tiene que investigar y lo hará. Tampoco se parará en barras morales o filosóficas y no tendrá reparos en investigar con humanos (sobre todo CIERTOS humanos...); él tiene que satisfacer su curiosidad y lo hará, y llegará a
arriesgar su libertad o su vida por conseguirlo… pero igual que en la segunda
entrega le vimos ligeramente celoso cuando su creación se tomó más interés por
su ayudante que por él, aquí le veremos vengativo contra un alcaide despótico y
con rasgos de psicópata. Y podéis creerme: cuando Herbie se pone vengativo, no
se conforma con algo como “matar”, ¡qué vulgaridad…!
Beyond Reanimator es una cinta ligera y
divertida, rodada con simpatía y con ganas de hacer las delicias de toda la generación
ochentera, que, aunque nos llamen nostálgicos, fue la mejor generación de
todas. Se siente, haber nacido antes. Cinefiliabilidad 3, que quiere decir que
es fácil de ver salvo si no te va la sangre o los chistes de dudoso gusto.
“Descuide, no le abandonaré…
¡amigo!” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.
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