Tirados en el suelo, cubiertos de sudor y con la ropa desordenada, ZombiD y yo jadeamos. Ha sido increíble. Me apoyo sobre el codo y le doy una palmadita en el hombro:

    -¿Qué? ¿Un reenganche? – bromeo. Mi novio niega con la cabeza.

   -De momento, no, gracias – jadea. – Nunca segundas partes fueron buenas. 

    -Vale… - admito, echándome de nuevo – Pero entonces, te he ganado por 32 a 29.

   -Sí, pero los tres triples seguidos, han sido míos.

   -Sí, eso sí... preciosos. – Lo que es justo, es justo; hemos echado un partidillo de baloncesto aprovechando que ya se está acabando el verano y en cuanto empiece a apretar el frío no se podrá usar el campo de deportes, y nos hemos pegado un tute pero bien severo, increíble de verdad. ¿Qué? No me digáis que os habíais figurado otra cosa… Bien, mejor no me lo digáis, pasemos a la razón que tiene ZombiD en que nunca segundas partes fueron buenas. Es cierto, las segundas partes, con frecuencia suelen cojear…. Pero hoy, nos vamos a ocupar de una tercera, cuya primera ya tratamos hace algunas semanas. Beyond Reanimator, la cinta que cierra la trilogía Re-animator. 



    En la primera parte, tuvimos el honor de conocer al jovencísimo y prometedor dr. West (Jeffrey Combs), quien había desarrollado un suero que podía resucitar a los muertos, si bien tenía severos efectos secundarios que se traducían en desorientación, esquizofrenia, salvajismo, aislamiento psíquico, violencia incontralada…  Vamos, que resucitabas, sí, pero con el cerebro hecho unas bragas. La Ciencia avanza a pasitos cortos, y nuestro inteligente West no se dejaba vencer por esas dificultades, de modo que en la segunda parte, La novia de Re-animator (que no trataremos aquí más que por encima, porque es excesiva incluso para mí), decidía trabajar con partes y no con cuerpos enteros y montar un cuerpo femenino a fin de conseguir que su ayudante de la primera parte (Bruce Abbot) continuase trabajando para él. Como es natural en toda peli frankenstiniana que se precie, la creación no saldrá tan bien como cabría esperar y aún se rebela contra su papi, que acababa la cinta con una posibilidad de supervivencia muy cuestionable.

   Bien, así quedó la historia en los años ochenta. Pero en la década del 2000 alguien dijo “¿Por qué no…?” y esa suele ser una pregunta peligrosa, que nos llevó nada menos que a Beyond Reanimator, cinta que arranca, cronológicamente hablando, justo en el final de la segunda. En un jardín de una casa cercana al Hospital Universitario Miskatonic (donde trabaja Herbie West), un par de niños hacen camping en jardín urbano, y cuando entran en casa a gastar una broma a la hermana mayor de uno de ellos, uno de los “experimentos” de los que se han rebelado contra West, entra también en la casa a por un poco de leche (tal como os lo cuento...), y mata a la citada hermana mayor frente a los espantados ojos de su hermano. Segundos más tarde, el niño ve pasar, ya detenido y esposado, a nuestro protagonista, West, a quien se le cae algo muy preciado del bolsillo: una jeringa con su reactivo. 

    Bien, pasan los años y West continua con sus investigaciones, pero con muchas limitaciones, ya
que está cumpliendo condena en una prisión de máxima seguridad (diga usted la penitenciaría de La Modelo, Valencia; es la misma cárcel en la que se rodó ¡Todos a la cárcel!, de Berlanga, en 1993. Sí, señores, la cinta tiene mucho capital español, y cuenta con la inefable presencia de Santiago Segura en el papel de uno de los reclusos.), pero así y todo sigue haciendo progresos. A la citada cárcel llega un nuevo médico que bien pronto tendrá que darse de dientes contra el perverso alcaide y unos presos algo exaltados, pero a quien desea ver por encima de todo, es a West, y es porque tiene que devolverle algo… Ya supondréis el qué.

    El terror, y más el de serie B, puede pecar de baratito y excesivo en recursos sensacionalistas (vamos: que la sangre mana a chorros), pero nadie puede decirle que no sea animoso o esté hecho sin ganas o falto de entusiasmo, y sin duda es por eso que tiene tantos adoradores, entre los que me cuento. Su macabro sentido del humor y su manera de empezar por reírse de sí mismo es algo que le ha hecho ganar adeptos ya desde cintas tan clásicas como Terroríficamente muertos, Tu madre se ha comido a mi perro o ¿Dónde te escondes, hermano? Desde los inicios de la historia del cine, el terror y el celuloide han ido de la mano en una relación maravillosa de efectos especiales, sobresaltos y tripas revueltas. Década a década, el terror se iba haciendo más explícito, más sangriento, más “realista” en sus efectos y más propenso a tirar de los encantos femeninos, todo hay que decirlo. Ya en las películas de vampiros que veían nuestros abuelitos, con Lon Chaney o Bela Lugosi encarnando al noble Conde Drácula, salía alguna jovencita en camisón; en los cincuenta, fue la productora Hammer la que se hizo con el mercado con sus películas a todo color con títulos de crédito de letras chorreantes y chicas luciendo generosos escotes. Y más adelante, en los setenta, empezaron a llegar las películas de asesinos en serie y sucesos escabrosos. De ahí al giallo (terror italiano) y a la serie B, sólo quedaba un paso. Y ese paso, fueron los años ochenta.


    La introducción del vídeo doméstico hizo que muchas productoras modestas, que carecían de medios para estrenar en las grandes salas, pudieran llevar sus películas a todos los hogares en coquetas cajitas que contenían una cinta magnética: el vhs. A alguno de los más “viejos” os resultarán familiares nombres como Ízaro films, Medusa Produzzione, Filmayer o Topacio video. Amparadas por estos sellos, cintas como Tu madre se ha comido a mi perro, Mal gusto o La carrera de la muerte del año 2000 (…con Silvester Stallone. Sin comentarios), vieron la luz. Y de nuevo, al igual que sucedió con el porno, el vídeo doméstico también normalizó el terror de casquería. Igual que los adultos podían llevarse una cinta X y verla en la intimidad de su casa sin que nadie se enterara, los adolescentes podían llevarse una cinta de gore a su casa y de ese modo, no gastaban tanto en entradas de cine, y mientras mamá creía que era una cinta de terror de las de su época, era terror de nuestra época, lo que quiere decir que salían tetas.

    La primera parte de nuestra trilogía, si bien era un poco más… “seria” (fue estrenada en cines), tenía los ingredientes precisos para convertirse en lo que siempre fue, como vimos en la secuela. Y en la tercera parte, se regodea en saber que lo es. Re-Animator fue rescatada como un producto ochentero, sanguinolento y morboso, pero lleno de humor, y con ese espíritu se rodó la tercera parte que cierra la saga. La sangre se utiliza de forma exagerada, la hipérbole es el recurso por excelencia, la cinta no se toma en serio a sí misma en ningún momento y en más de una ocasión juega con la consecución de la carcajada y no del susto. 

    Jeffrey Combs se metió por tercera vez tras las gafas de Herbie West en esta cinta. Si bien ha sido
éste el papel que, en España, le ha hecho más conocido y querido, ha participado en nada menos que ocho adaptaciones de obras de H.P. Lovecraft al cine, también participó en la película Agárrame esos fantasmas, junto a Michael J. Fox, y hasta ha formado parte de la tripulación de la nave Enterprise como el alienígena Tiron. Su papel en ésta cinta es el del científico loco, un investigador frío y lógico que no parece sentir afectos... al menos, en ésta parte; en las dos primeras, mostraba un interés cuando menos, sospechoso por conseguir que su ayudante no se separase de él. De hecho, el triángulo presente en las tres cintas “West-ayudante-chica”, puede señalar el interés homosexual de Herbie. El científico intenta por todos los medios tener a su ayudante para él solo, mientras que las chicas intentan con la misma fuerza que el cómplice se separe del doctor y venga a ellas. Esta dualidad, disimuladamente homófoba por cierto, ya la vimos en la segunda parte de Pesadilla en Elm Street, en la que Freddy Krueger se introducía en los sueños de un chico en lugar de en una chica, y le obligaba a matar hombres por él. Disimuladamente, nos muestran que cuando el protagonista se acerca a la chica que le gusta, el poder de Freddy disminuye. En Re-animator sucede algo parecido: mientras el ayudante permanece cerca de la chica y la escucha, todo va bien. Cuando se acerca más a Herbie y escucha a éste, es cuando surgen todos los problemas. Igualmente, el triángulo citado señala la dualidad entre el corazón y el cerebro. West es el cerebro carente de sentimientos para quien sus estudios son lo único que existe y que no se detiene ante ningún obstáculo moral, llegándose incluso a plantear el asesinato con tal de tener difuntos recientes con los que experimentar; las chicas encarnan el corazón apasionado que asegura que investigar con pedazos de cadáveres y devolver a la vida la materia muerta es peligroso o hasta blasfemo.

 Asimismo, West es un personaje a quien parece importarle dos pimientos el estar en una universidad, un hospital, una cárcel o el infierno; él tiene que investigar y lo hará. Tampoco se parará en barras morales o filosóficas y no tendrá reparos en investigar con humanos (sobre todo CIERTOS humanos...); él tiene que satisfacer su curiosidad y lo hará,  y llegará a arriesgar su libertad o su vida por conseguirlo… pero igual que en la segunda entrega le vimos ligeramente celoso cuando su creación se tomó más interés por su ayudante que por él, aquí le veremos vengativo contra un alcaide despótico y con rasgos de psicópata. Y podéis creerme: cuando Herbie se pone vengativo, no se conforma con algo como “matar”, ¡qué vulgaridad…!

    Beyond Reanimator es una cinta ligera y divertida, rodada con simpatía y con ganas de hacer las delicias de toda la generación ochentera, que, aunque nos llamen nostálgicos, fue la mejor generación de todas. Se siente, haber nacido antes. Cinefiliabilidad 3, que quiere decir que es fácil de ver salvo si no te va la sangre o los chistes de dudoso gusto.

“Descuide, no le abandonaré… ¡amigo!” Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.