-¡Ay!
-¡Patán! ¡Vouyeur de vía estrecha! – grito
indignada, mientras ZombieD se frota la coronilla, donde le he sacudido con el
cepillo de la ducha.
-¡Te juro que no sabías que estabas en la
ducha!
-¡Claro que sí, y yo voy y me lo creo! –
me quejo mientras sostengo la toalla rosa anudada alrededor de mi cuerpo
enjabonado; levanto de nuevo el cepillo para darle otro mamporro, pero ZombieD
se cubre la cabeza con los brazos y le acierto en el codo.
-¡Auh! ¡Bruta!
-¡Mirón! Voy a cambiarme, y voy a echar la
llave al baño… como vea un ojo en cualquier sitio que no sea mi cara, ALGUIEN
va a ser mutilado.
-¡No te creas tan guapa!
-¡Sigue arreglándolo y te tragas el cepillo
de través! ¡Espía! – ZombieD me hace pedorreta con su lengua gris, y yo termino
de ducharme y vestirme en paz. Él dice que no es curioso y que como le molesta
mucho que hurguen en sus cosas, él no hurga en las de los demás… pero es un
podrido mentiroso (y lo de “podrido”, es literal), porque no es la primera vez
que le pesco intentando espiarme o metiendo mano en mis papeles. La verdad que
no es grave que lo haga porque lo verdaderamente importante lo tengo escondido
donde él no puede encontrarlo, pero aún así, es molesto tener un espía en la
mazmorra de al lado. Y hoy vamos a hablar precisamente de espías en nuestro
Cine que ya tendrías que haber visto: 007 contra el Doctor No.
Estamos a principios de la década de los
sesenta, hace veinte años que acabó la Segunda Guerra Mundial, y ese fue el tiempo
que pasó entre la Primera y la Segunda, por lo que, vistas las tensiones
crecientes entre Estados Unidos y Rusia, no pocas personas llevaban al menos
medio decenio temiendo seriamente la posibilidad de un nuevo estallido bélico,
esta vez atómico. Muchas familias gastaron sus ahorros o solicitaron grandes
hipotecas para construir un refugio antinuclear bajo sus hogares y las amas de
casa compraban de más, para almacenar víveres y consumibles en cámaras
frigoríficas y almacenes subterráneos por si llegaba el momento de ocultarse
bajo tierra. Palabras como CÍA, KGB, espionaje o guerra fría pasaron a
convertirse en comunes, y en medio de aquél clima, un tal Ian Flemming se puso
a escribir novelas que trataban sobre las aventuras de un agente especial del servicio
de Inteligencia Británico: James Bond, agente 007.
En la cinta que nos ocupa, un agente del
MI6 (inteligencia británica) llamado Strangways es asesinado en plena calle en
Jamaica, y su secretaria sigue sus pasos pocos segundos después. Los asesinos
penetran en la casa y se llevan varias carpetas ficheros relativas a un tal
“Doctor No.”. Ante la importancia de los trabajos de Strangways, M, jefe del
servicio secreto, llama a uno de sus mejores agentes para que se encargue de
investigar el suceso. El citado mejor agente se halla en esos momentos jugando
al bacarrá en un casino y haciendo amistad con una mujer morena, que le
pregunta si tiene inconveniente en elevar el límite de las apuestas, lo que nos
lleva a la frase-presentación que ya se ha convertido en un icono:
J.B: Admiro su valor, señorita…
S.T: Trench. Sylvia Trench. Y yo
admiro su suerte, señor…
J.B: Bond. James Bond.
(Vale, ese que ha dicho “Y yo
Brosio, Am-brosio”, se la ha cargado; Fluffy, ¡muérdele!)
Como es normal, James viajará a Jamaica y
tendrá muchas aventuras allí, y no sólo de las de jugarse el pellejo, sino
también de las otras, descubrirá una gran conspiración con chicas guapas,
cigarrillos de cianuro, falsas fotógrafas, arañas venenosas y radioactividad…
pero, y con esto no hago ningún spoiler, porque a ver cómo habrían rodado
diecinueve películas más si no, saldrá victorioso. Y llevando del brazo a
Ursulla Andress en bikini.
Las novelas de James Bond bebían del pulp y
de las novelas políciacas de personajes como Mike
Hammer, que llevaban más de
quince años en el mercado. La primera de la saga, de hecho, fue Casino Royale
(que no sería adaptada hasta más tarde, y lamento deciros que no es la que
conocéis. Fue una parodia protagonizada por David Niven y Peter Sellers.
Recordadme que NO os hable de ella, ni aún en verano), pero se pensó que el
enfrentamiento con el Dr. No era más actual y comercial y además significaba la
primera aparición de la temible organización SPECTRA, los enemigos eternos de
Bond (algo así como la ABUELA en las historietas de Ibáñez, pero algo menos
chapuzas. Por si no lo sabéis, las siglas ABUELA, significan Agentes Bélicos
Ultramarinos Especialistas en Líos Aberrantes. De nada). Ya en ésta primera entrega de las aventuras del agente con licencia para matar, se sentaron las bases que se convirtieron en clásicas a través de las siguientes, como los créditos con siluetas de mujeres bailando, su coqueteo con la secretaria Monniepenny (la de las primeras películas, encarnada por Lois Maxwell, siempre fue la más lista de todas), y las eternas reconvenciones de Q, el armero, solicitando de Bond que devuelva íntegra alguna parte del equipo.
James Bond contra el dr. No se estrenó muy
discretamente; era una cinta de bajo presupuesto (Sean Connery era un actor
famoso, pero no la superestrella que conocemos hoy) que había sido rodada casi
íntegramente en plató, y los exteriores se habían rodado en Jamaica gracias a
que el autor tenía allí su segunda residencia (Villa Goldeneye. No es broma) y
se conocía bien la isla, los sitios y a quiénes pedir permisos. Aun así, iban con
un déficit de cien mil dólares (que si ya es una cifra hoy día, hace cincuenta
años era una locura de pasta). El título no era llamativo, era casi la primera
cinta del género, tenía toques violentos y machistas… todo el mundo pensaba que
no se iba a comer una rosca en taquilla, pero a veces la suerte tiene estos
golpes. Acabó el año 1962 como la quinta cinta más taquillera, y si tenemos en
cuenta que compitió con Matar a un ruiseñor, Días de vino y rosas o ¿Qué fue de
Baby Jane?, creo que consiguió una posición más que honrosa.
La crítica se le echó encima al segundo
día, en especial la más culta. Para la mayor parte de los críticos, Bond era “un
matón elegante, cuyos métodos no le diferencian gran cosa de los propios
villanos que persigue”. Para el incipiente feminismo, era un chulo de tasca,
falócrata y representante del machismo más rancio. Muchos críticos auguraron
poco éxito para el personaje, pero algunos se dieron cuenta que la cinta era
divertida, llena de acción y aventura y apostaba sólo por el entretenimiento, “no
ganará ningún Oscar, pero arrastrará a miles de fans”, dijeron. Y tenían razón.
James Bond inauguró la moda del cine de
espías y la secuela, Desde Rusia con amor, se vio acompañada por otras producciones
parecidas con mayor o menor calidad, como Ipcress (protagonizada por Michael
Caine) o Más peligrosas que los hombres (y menos presupuesto que mi compra a
fin de mes). Como en todo género que se precie, las parodias no se hicieron
esperar, y Mel Brooks nos brindó a su Superagente 86, por mejor nombre Maxwell
Smart, y a nivel nacional ahí tuvimos a nuestros espías patrios, Mortadelo y
Filemón y el elegantísimo Anacleto, agente secreto.
A pesar que la época dorada de los espías
tocó a su fin con el término de la Guerra fría con los
rusos (para pasar a
otras guerras más calientes en el Golfo Pérsico y Afganistán, que parece que si
no la están montando en algún sitio no están a gusto), James Bond siguió y
sigue con sus andanzas. Sean Connery se metería en el smoking del agente 007 en
seis ocasiones más, hasta que en 1983 rodó Nunca digas nunca jamás, junto a Kim
Basinguer, Klaus María Brandauer, Barbara Carrera y, agárrense, Rowan Atkinson (Mr. Bean. Nunca
le habréis visto con tanto pelo), cinta que, a medio camino entre el remake
(Operación Trueno) y la parodia, supuso su despedida del personaje y
supuestamente, la del propio personaje, al quedarse definitivamente junto a su novia,
Dominó Petacci (Basinguer). Para mí, el de Sean Connery será siempre el Bond por
excelencia, y por meritorio que sea el trabajo de Pierce Brosnan, que lo es, el
único que para mi gusto recogió el testigo, fue Roger Moore. Actualmente, el
nombre de “James Bond” ha quedado como nombre en clave del agente 007; el Bond
original vive en una isla mediterránea, probablemente Ibiza o Mallorca, en una
gran villa de acceso privado, junto a su radiante esposa, gozando de una bien
merecida jubilación. No ha llegado hasta nosotros información acerca de si han
tenido o no hijos.
James Bond contra el Doctor No es una
película que se ve sola; la trama, aunque atrayente y sólida, no es excesivamente
complicada y está plagada de humor y aventura. No obstante, es preciso que a
uno le guste el género del espionaje y esté preparado para ver sobradas de ego
un poco artificiosas. Cinefiliabilidad 3.
Curiosidad: Sean Connery ya llevaba peluquín en ésta primera entrega; empezó a quedarse calvo a los 19 años.
“Él, un actor cómico, hace de Hamlet. Y
yo, un actor dramático, hago de “Nazi Primero” en el fondo del escenario”. Si
no coges ésta frase, tienes que ver más cine.
4 Comentarios
Es que Sean Connery SIEMPRE será el Bond por excelencia. Otra de mis preferidas es Goldfinger, con el "chino lanza sombrero"...un capo, vamos :)
ResponderEliminarAbrazos Dita
Sí, el chico de Goldfinger era mucho villano. Claro que a la talla de su amo, porque esa frase de "¿Espera usted que hable? -¡No, señor Bond, espero que muera!", es para grabarla en oro, vamos :D
EliminarChino. Quise decir "chino", no "chico".
EliminarEsa parte la parodiaron decenas de veces XD
ResponderEliminarSe respetuoso o se borrará tu comentario. Gracias.