Siempre me han dicho (y he compartido) “si algo funciona, NO lo toques”, porque por regla general, cuando haces cambios, eso que había funcionado deja mágicamente de hacerlo, la gente no se apaña, antes estaba mejor, qué asco de vida, no vuelvo por aquí ni aunque me paguen. Sin embargo, después de algunas reflexiones, he pensado introducir un pequeño cambio en esta sección que no es sólo mía, sino de todos. Que nadie tiemble, que seguiremos teniendo nuestra peli semanal (salvo causas de fuerza mayor), recomendada, analizada y someramente resumida por mi magistral, delicada y ácida pluma, nunca lo suficientemente bien valorada en toda su dimensión de ironía, certeza, contexto, agudeza mental y exactitud político-social (Koukyou Zen declara que es un simple medio de expresión de la autora; no comparte sus opiniones ni se hace responsable de las mismas). Es sólo que he decidido añadir un criterio llamado “cinefiliabilidad”, palabra que no existía hasta que yo tuve la buena idea de crearla. ¿En qué consiste? En que aunque una peli sea muy-muy buena, es posible que su visionado pueda resultarnos árido si no tenemos unas tablas viendo cine o si simplemente no estamos sobre aviso. Películas como Ciudadano Kane, Sed de mal, o El juicio de Nüremberg son hitos del cine, y hay que reconocer que no son precisamente de lo más entretenido del mundo; a una persona que pretenda hacerse con una culturilla cinematográfica pero no esté habituada a ese tipo de cine, le pueden resultar un pestiño de proporciones bíblicas. Lo que pretendo, además de recomendar una película y hacer un pequeño análisis sobre ella, es poneros sobre aviso de si es más o menos densa y que si os animáis a verla, vayáis avisados de que es algo para lo que es preciso prepararse psicológicamente, tener un ánimo determinado, saber que no vamos a ver un capitulín de Heidi. A mayor cinefiliabilidad que tenga una cinta, cosa que valoraré del uno al diez, más densa será y más será conveniente que no la escojáis como “película para pasar una tarde distraidilla”. Aclarado esto, vamos a empezar con un ejemplo de cinefiliabilidad muy alto: Freaks, de Tod Browning. 



  

 

 
Nos encontramos a principios de la década de los Terribles Años Treinta; la crisis, el paro y el hambre eran la moneda corriente, y mientras toneladas de alimentos se pudrían en los muelles porque los mayoristas no tenían efectivo para comprarlos, familias enteras morían de hambre. No pocas madres llevaban a los niños al colegio, o a la iglesia, y no los recogían jamás, porque sabían que no podían alimentarlos, o aprovechaban la función dominical de misa para poner “niños a la venta” (triste, pero cierto). Aquél que tenía un trabajo más o menos estable, sabía que lo podía perder al día siguiente, que sólo uno o dos meses de ahorros le separaban del hambre, y por si fuera poco, el fantasma del fascismo en Italia y Alemania empezaba a hacerse cada vez más palpable, hasta que desembocara finalmente en el estallido bélico años más tarde. La política de recortes del presidente Roosevelt (Rajoy no ha inventado nada), dejó sin ayudas sociales, posibilidad de refinanciar hipotecas y subsidios de paro a millones de personas, de modo que casi la única oportunidad de prosperidad o de alivio económico, residía en arrimarse y hacer favores a las “gentes de familia”, los famosos gangsters que traficaban con el alcohol. La economía estaba por los suelos, la política estaba por los suelos y el ánimo estaba en los subsuelos. Con éste plan, empezaron a hacerse muy famosas las películas de monstruos.


    
En primer lugar, el cine, que había pasado a ser sonoro sólo un puñado de años antes, podía ahora recrearse en diálogos y canciones, y en segundo lugar, los monstruos clásicos de la década como Frankenstein o Drácula, vinieron a representar ese temor que pesaba sobre las cabezas de todos: si caes víctima de un monstruo, nunca lograrás recuperarte; si caes víctima del Sistema, si te quedas en paro, si tienes que hacer frente a un pago costoso, si enfermas… tampoco lograrás recuperarte. En ese clima, una película de monstruos fue excesiva incluso para la época. 




     Freaks, llamada en España “La parada de los monstruos”, aunque aquí nunca llegó a estrenarse (el
clima político en España a principios de los treinta era aún más tenso. Cuando sucedió lo del 36, y no me refiero al nacimiento de Ibáñez, los españoles tenían otras preocupaciones más apremiantes que el cine, entre otras, salvar el pellejo y llenar la tripa, y para cuando empezó la posguerra que todavía dura, la férrea censura ya no la dejó pasar. Tuvimos que esperar muchos años hasta que pudimos verla en el espacio “Cineclub” de La 2), nos relata una historia que comienza en una “feria de monstruos”, donde el animador nos muestra a una criatura concreta que no vemos, pero que hace que algunas mujeres chillen de miedo, se tapen los ojos o se priven. Nuestro anfitrión nos dice que esa que no vemos, fue en su día una de las mujeres más hermosas del mundo, una trapecista bellísima a la que llamaban Cleopatra, Reina del Cielo. 


     Gracias a un fundido, nos trasladamos al pasado, y allí vemos a Cleopatra en toda su belleza, trabajando en un circo donde también trabajan los llamados monstruos o freaks, y uno de ellos, Hans el enano, aunque está prometido con Frieda, otra enana como él, suspira por la trapecista, quien se ríe de sus atenciones y se aprovecha de él fingiendo interés para que le haga regalos cada vez más caros. No obstante, Hans y Frieda no son los únicos freaks de la feria: el torso humano (un hombre sin brazos ni piernas, y con una habilidad asombrosa para encender y fumar un cigarrillo pese a ello), Josephine Joseph (medio hombre, medio mujer), enanos, microcéfalos, la mujer barbuda, y un largo rosario de seres humanos calificados como “monstruos” componen la comunidad del circo y aún una comunidad propia y privada en sí mismos, y se pasean por la película. Hoy día, es impactante. Hace ochenta años, era escandaloso. De pésimo gusto. Grotesco, similar a lo pornográfico. 



    Público y crítica denostaron la película. Mientras que los curiosos se sentían horrorizados al ver a personas con deformidades reales en la pantalla (eeh… sí, ¿no lo he dicho? No era maquillaje. En esta cinta, nada lo es) y se salían de las salas, los puritanos hacían cadenas humanas a las entradas de los cines para boicotear las sesiones. La iglesia, las ligas de la moralidad, los críticos del buen gusto… todos se echaron encima de la película. Tod Browning, su director, fue poco menos que puesto en la picota, y las cabezas pensantes de MGM hundieron su carrera con el mismo encono con que la habían catapultado años antes al dirigir el taquillazo Drácula; sólo Irving Talberg, amigo personal de Browning, defendió a capa y espada la película, asegurando que se convertiría en un clásico, que la sociedad no estaba preparada para entenderla todavía… lo cierto es que acertó. 



    No fue hasta casi treinta años más tarde, en la década de los sesenta y durante el festival de cine de Venecia, que la cinta se exhibió de nuevo, y esta vez, ante una sociedad mucho más madura, culta y tolerante (…eran los sesenta), la película empezó a ganar aceptación. Hoy día, sigue siendo una película poco conocida y que puede chocar o incluso resultar desagradable. Sinceramente, a mí me gusta mucho, y la considero una película que retrata muy bien la condición humana, donde vemos que los monstruos, puede que no sean aquellos que lo parecen, y que cualidades como la humanidad, el sentimiento de identidad de grupo, la protección hacia amigos y familiares, la lealtad… no vienen dadas de serie, ni menos aún van ligadas a la apariencia física. 

   Freaks sólo puede conseguirse en versión original con subtítulos, es en blanco y negro, controvertida, muy árida… no es una peli para ver en plan romántico con tu novia. Cinefiliabilidad 10.


“Se lo enseñaría, pero soy demasiado viejo, estoy demasiado cansado y jodidamente ciego”. Si no coges ésta frase, tienes que ver más cine.