En esta ocasión, no suena Tocata y Fuga, sino Noche en el Monte Pelado (también conocida como Noche en la Árida Montaña), y mientras inspiro hondamente de mi pipa de agua y suelto nubecillas de humo de colores, pienso en aquélla época, no hace mucho, en la que todos en España también estábamos pelados. Eso del “Estado del bienestar”, era algo que sucedía en América de Arriba. Aquí, las neveras estaban vacías, las esperanzas más aún, y a lo máximo que podías aspirar, era a llegar a fin de mes, porque eso del veraneo, ni siquiera se había inventado todavía. El cine costaba una peseta, y había muchísima gente que lo consideraba pecado (el cine en sí, no su precio, que hoy día, SÍ que es pecaminoso), porque había películas que mostraban a chicas demasiado ligeras de ropa (como la Jane de Tarzan), o porque el cine enseñaba a las personas a cometer crímenes, a matar o a robar. Y la cinta que nos ocupa, fue precisamente una de esas. Atraco a las tres.
La acción nos sitúa en la mañana de un día laborable de invierno, en la que los empleados del banco Los previsores del mañana se dirigen a su puesto. Todos menos Galindo (José Luis López Vázquez), que ya se encuentra en él, porque se ha pasado la noche haciendo horas extraordinarias, cosa que su jefe y director de la sucursal, d. Felipe (el entrañable José Orjas) está dispuesto a pagarle de inmediato y con el 140%, pero el interventor, d. Prudencio, se sirve de triquiñuelas para impedir ese pago.
El resto de empleados, (Agustín González,
Manuel Alexandre, el humorista Cassen, Gracita Morales y un jovencísimo Alfredo
Landa) sienten un gran afecto por D. Felipe, y la misma antipatía por d.
Prudencio, quien actúa como si el dinero del banco fuese suyo y fuese a
heredarlo él. El interventor es el típico trepa lametraseros que todos nos
hemos encontrado en alguna ocasión en nuestro ambiente laboral (y el que diga
que no, o es autónomo, o lleva poco trabajando… o es él mismo); ansioso de
medrar, actúa constantemente como un guardia llamando la atención y amenazando
a todo el mundo. Por lo tanto, cuando ese mismo día se presenta el Director
General y le da vacaciones forzosas durante dos años al bueno de d. Felipe,
haciendo que le sustituya el odiado interventor, casi cunde el pánico entre los empleados.
Al terminar la jornada ese mismo día, los empleados se dirigen al despacho de d. Felipe para decirle lo injusta que les parece esa decisión. Pero uno de ellos, Galindo, se mantiene apartado y suelta una risita de vez en cuando. El propio director y sus compañeros le recriminan “ese pitorreo”, pero Galindo dice alegrarse de que le hayan despedido, porque estando al frente del banco un hombre tan bueno como él, “no se podía hacer nada”, pero al estar el trepa de d. Prudencio, la cosa cambia. Ya se puede. “¿Se puede… el qué?” Pregunta d. Felipe. “Dar un atraco a ésta sucursal”. Contesta Galindo.
Después de soltar semejante bomba ante sus
atónitos compañeros y su indignado director, Galindo se marcha y deja que la
idea madure. Lo que en principio pareció a sus compañeros una monstruosidad, va
seduciéndolos, dado que todos ellos necesitan dinero y a ninguno le pesa en la
conciencia hacer aquello a d. Prudencio. A partir de ese momento, comienzan los
preparativos, en un rosario de porrazos y carcajadas, para llevar a cabo el
atraco.
Dirigida por José María Forqué, Atraco a
las tres no es sólo una cinta de humor realmente recomendable, sino una feroz
crítica social y laboral que nos muestra cómo unos trabajadores honrados pueden
volverse no ya en contra de la empresa, sino en contra incluso de la Ley,
cuando se encuentran con un superior injusto que no sabe liderar un equipo,
sino sólo estar con la escopeta cargada aún cuando no haya razón para ello.
Si bien es cierto que debido a las imposiciones de la censura de la
época, la película tiene que acabar de una manera específica (que no voy a
decir, cogéis y la veis), dentro de esa rigidez no se priva de hacer críticas
veladas y de mostrarnos la doble moral de la época. En la primera reunión que
hacen los protagonistas en casa de Galindo, en cierto momento llega la policía,
y Galindo para disimular dice que todos son miembros de su familia. Esto es así
porque en aquélla época, estaba ferozmente restringido el derecho de reunión, y
tres o más personas sólo podían reunirse si demostraban ser vecinos o
familiares.
Plagada de un humor tanto cínico como
blanco, Atraco a las tres es apta para todos los públicos sin perder por ello
su interés. Para la posteridad del cine español han quedado frases y momentos
inigualables, como Galindo diciendo “Aficionados… ¡que sois todos unos
aficionados!”, Benítez (Manuel Alexandre) pidiendo un anticipo sobre las
ganancias del atraco, Alfredo Landa intentando aprender a conducir para llevar
el coche del atraco, Gracita Morales vestida “de atracadora” o Agustín González
diciendo “Si no vienen, malo…. Y si vienen, PEOR”. Una película de cuando el cine español podía
enorgullecerse de hacer cine. En el año
2003, un remake de la cinta, protagonizado por Josema Yuste y Manolo Royo,
titulado Atraco a las tres… y media pasó sin pena ni gloria por las salas.
“¡¿Quiere que le envenenen, quiere
que le asesinen, quiere que le maten aquí?!” Si no coges ésta frase, tienes que
ver más cine.
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